Hermeneutica: verdad e interpretación
El problema de la interpretación:
El cuadro que hay a la izquierda de esta página es un fragmento de la famosa obra de Leonardo Da Vinci “La Mona Lisa”. Observa detenidamente su sonrisa e intenta responder a la pregunta ¿qué significa la sonrisa de la mujer del cuadro? En un primer momento la pregunta resulta ingenua pero observando el cuadro con parsimonia descubrimos que algo se oculta a nuestros ojos, algo misterioso representa esa sonrisa que desconocemos ¿qué es?
Ante esta pregunta pronto comprobamos que las respuestas se multipli-can; cada sujeto mantiene una visión que se presenta no sólo como diferente sino incluso como antagónica a las demás. Parece ser que no podemos saber con certeza, con verdad que representa esa sonrisa... cabe incluso preguntarse si representa algo, si hay algún verdadero significado en su risa, si todas nuestras interpretaciones y las pasadas no son más que palabras, juegos de la imaginación ¿quién puede preguntarle a la mujer del cuadro porqué sonríe como lo hace? ¡quizás ni siquiera ella pudiese respondernos!
Este es el problema de la interpretación y de la verdad. En sencillas palabras: ¿existe verdad o sólo interpretaciones? Cuando hablamos de lo verdadero o lo falso, de lo bello o lo feo, de lo bueno o lo malo ¿qué hacemos? ¿nos referimos a conceptos ajenos a nuestra subjetividad o estas palabras sólo reflejan nuestros prejuicios, nuestras visiones parciales... son simples juegos de palabras?
Si respondiésemos que sí existe una verdad ahí fuera, si mantenemos que lo verdadero es verdadero independientemente de nuestra interpretación surgen ahora otros problemas: ¿quién delimita el criterio absoluto de verdad? ¿cómo se fundamenta? La experiencia de la filosofía, de las ideas políticas y de la religión parece contraria a esta respuesta. A lo largo de la historia de la civilización han muerto religiones, filosofías, sistemas políticos de lo más diverso, lo único que tenían en común, irónicamente, es que creían haber alcanzado “la Verdad”. Tarde o temprano esa verdad se mostró como insuficiente, como falsa o como parcial: ¿quién hace hoy sacrificios a Isis o a Zeus? ¿quién vive o cree en el sistema feudal hoy en día o quién en que la Tierra es plana? Todas estas creencias se tuvieron como verdaderas e indiscutibles durante siglos e incluso milenios ¿qué queda de ellas ahora..?
Por otro lado ¿quién permitiría que su opinión o la de otro se viera atropellada por “la Verdad”? Todas las tiranías, todos los fanatismos y la mayoría de los crímenes contra la humanidad se han basado en ese concepto objetivo de la Verdad.
Ante lo dicho podríamos pensar que la respuesta a la pregunta de si existe una Verdad objetiva independiente de nuestra experiencia es que no. Podemos decir que no creemos que existe una Verdad sino sólo interpretaciones, visiones, perspectivas; podemos decirlo pero ¿podemos vivir así? Nadie puede aceptar en la práctica cotidiana que no existan criterios de verdad: si un profesor corrige tu examen echando una moneda al aire ¿lo considerarías justo? ¿si te suspende por que la moneda salió cruz te parecería bien? Si crees que todos los criterios valen, si piensas que no existe verdad sino sólo interpretación ¿no es el método de corregir exámenes con una moneda una interpretación tan correcta como otra cualquiera?
Dijimos que la idea de un concepto rígido de la Verdad ha acarreado tiranías y violencias sin límites para los hombres pero, la otra perspectiva no ha sido menos dolorosa para la humanidad. Sin criterios, sin ley todo vale y lo que vale, generalmente, es el argumento de la fuerza. Si no existe lo justo y alguien tiene el poder de la violencia ¿porqué no usarlo? ¿qué puede frenar al león de matar a una cebra? Anular por completo el criterio de verdad nos lleva a la ley de la selva.
Este es uno de los problemas centrales de la teoría del conocimiento: ¿verdad o interpretación? Sin embargo, las consecuencias de esta cuestión hunden sus raíces profundamente en la praxis cotidiana; en efecto, no podemos analizar este asunto sin calibrar las consecuencias prácticas de nuestras respuestas. Despreciar las consecuencias de nuestras teorías es irresponsabilidad e hipocresía. Este problema central es el problema de la hermenéutica.
¿Qué es la hermenéutica?[1]
La hermenéutica (del griego ερμηνευτική τέχνη, hermeneutiké tejné, ‘arte de explicar, traducir, o interpretar’) es la ciencia y arte de la interpretación, sobre todo de textos, para determinar el significado exacto de las palabras mediante las cuales se ha expresado un pensamiento.
La necesidad de una disciplina hermenéutica está dada por las complejidades del lenguaje, que frecuentemente conducen a conclusiones diferentes e incluso contrapuestas en lo que respecta al significado de un texto. El camino a recorrer entre el lector y el pensamiento del autor suele ser largo e intrincado. Ello muestra la conveniencia de usar todos los medios a nuestro alcance para llegar a la meta propuesta.
Sinónimo de hermenéutica es exégesis (del griego εξηγεσθαι, exegeiszai, "explicar, exponer, interpretar"). Evémero de Mesene (siglo IV a. C.) realizó el primer intento de interpretar racionalmente las leyendas y mitos griegos reduciendo su contenido a elementos históricos y sociales (evemerismo). En el siglo VI a.C. Teágenes de Regio intentó una empresa parecida para interpretarlos de forma alegórica y extraer su sentido profundo.
Pero el origen de los estudios hermenéuticos se encuentran realmente en la teología cristiana, donde la hermenéutica tiene por objeto fijar los principios y normas que han de aplicarse en la interpretación de los libros de la Biblia, que, como revelados por Dios pero compuestos por hombres, poseían dos significados distintos: el literal y el espiritual.
Después de permanecer recluida durante varios siglos en el ámbito de la teología, la hermenéutica se abrió en la época del Romanticismo a todo tipo de textos escritos. En este contexto se sitúa Schleiermacher (1768-1834), que ve en la tarea hermenéutica un proceso de reconstrucción del espíritu de nuestros antepasados. El modo de hacerlo consistirá en "trasladarse" al espíritu (alma individual, pensamento particular) del autor del texto que se está interpretando en cada momento.
Wilhelm Dilthey (1833-1911) cree que toda manifestación espiritual humana, y no sólo los textos escritos, tiene que ser comprendida dentro del contexto histórico de su época. Se puede afirmar con esto, que la hermenéutica propuesta por Dilthey permite comprender a un autor mejor de lo que el propio autor se entendía a sí mismo, y a una época histórica mejor de lo que pudieron comprenderla quienes vivieron en ella. El método histórico de leer críticamente los documentos y testimonios históricos es en última instancia una herencia del criticismo de la Ilustración dieciochesca.
Posteriormente, ya en el siglo XX, Heidegger introducirá nuevos derroteros en la hermenéutica al dejar de considerarla únicamente como un modo de comprensión del espíritu de otras épocas y pensarla como el modo fundamental de situarse el ser humano en el mundo: existir es comprender. En esta concepción hermenéutica se va a desarrollar el trabajos de Hans-Georg Gadamer (1900-2002).
El prejuicio como modo de estar situado en el mundo:
Si alguien te dijera que estas cargado de prejuicios ¿lo considerarías un halago? Naturalmente que no pero, ¿porqué? Si pensamos con detenimiento el concepto de prejuicio no tiene, a priori, nada negativo ni descalificador. Un prejuicio es un juicio previo y para emitir un juicio es preciso un conocimiento previo de la cosa a juzgar. Pongamos un ejemplo: alguien te pregunta qué opinas sobre el sujeto que responde al nombre de Wo-Puy. ¿qué dirías de él? No lo conoces y no puedes decir nada sobre él. Necesitamos un conocimiento de las cosas a juzgar para poder mantener un juicio determinado sobre ellas; sin el prejuicio el juicio es imposible.
Por otra parte, todos estamos cargados de prejuicios. Si eres capaz de comprender estas líneas sólo puedes hacerlo gracias a que posees conocimientos previos que te permiten comprenderlas. Un conocimiento previos sine qua non para entender esto es saber español, si no lo supieras, si carecieras de ese prejuicio que según la hipótesis Sapir-Whorf condiciona fuertemente tu pensamiento ¿entenderías lo que se dice en este párrafo? ¿Sabes lo que significa “sine qua non”? ¿Porqué? Necesitamos los prejuicios para interpretar la realidad, la idea racionalista de que el conocimiento debe partir de una “tabula rasa” no sólo es falsa sino inoperante.
Según Gadamer fue en la Ilustración cuando floreció el prejuicio de los prejuicios. Este prejuicio sostiene que todo prejuicio es pernicioso, ensucia nuestra visión del mundo y promueve interpretaciones parciales y subjetivas. Destruir nuestros prejuicios nos permite, según el pensamiento ilustrado, establecer un juicio objetivo de la realidad. La hermenéutica de Dilthey es un ejemplo de este prejuicio de los prejuicios: sólo críticamente se haya la verdadera interpretación.
Hoy en día el conocimiento de las ciencias positivas es el principal heredero de la tradición desprejuiciadora: la objetividad científica, al menos teóricamente, reivindica ver la realidad sin juicios previos, transformando los conceptos empíricos en conceptos objetivos y matemáticos; se repite una observación ciento o miles de veces, si es preciso, para que todo matiz personal se diluya en la suma de observaciones individuales. Sin embargo, el prejuicio de la objetividad es el más peligroso de los prejuicios ya que se ignora a sí mismo como tal. Si conocemos nuestros prejuicios no somos presos de ellos sino sus portadores; los prejuicios pueden frustrar la interpretación cuando están a un nivel inconsciente y operamos con ellos como si fueran modos naturales de “estar en el mundo”. Es el prejuicio que se ignora a sí mismo el prejuicio que pone en peligro un acceso reflexivo a la realidad.
Para que el prejuicio resulte operativo debe ser capaz de reconocerse y reconstruirse constantemente en la tarea hermenéutica. Pero este reconocerse y reconstruirse van unidos; el sujeto no conoce sus prejuicios sino es en la tarea hermenéutica, cuando un prejuicio choca frontalmente contra la objetividad el sujeto es consciente de él y este reconocimiento es, a la vez, reconstrucción. El sujeto hermenéutico debe tener esta capacidad reconstructiva de sus prejuicios ya que, si no, su interpretación quedaría anquilosada y ahogada bajo el peso de las ideas preconcebidas. La hermenéutica es una tarea dialéctica en donde sujeto y objeto se interpretan y reinterpretan de continuo. Construcción y decostrucción son los movimientos naturales del acto interpretativo.
Veamos los conceptos anteriores con un ejemplo: todo niño pequeño tiene la ingenua idea de que sus padres siempre le dicen la verdad; con el transcurrir del tiempo el niño va descubriendo este prejuicio inconsciente; esto frustra sus ideas previas y hace que se percate de ellas. Normalmente el niño reconstruirá ese prejuicio pensando que sus padres no suelen mentirle si no es por una causa justificada o inadvertidamente. En este caso el sujeto tomó conciencia del prejuicio y lo reconstruyó. Otros niños pueden decidir permanecer con ese prejuicio inalterado, la conciencia de que sus padres le pueden mentir se traslada al inconsciente y el niño queda atrapado en una red de infantilismo cuando debería haber salido de ella. Por último, podría ser que el niño ante la mentira de sus padres opte por creer que sus padres son, en definitiva, unos mentirosos redomados y no depositar en ellos su fe nunca más. En este caso el sujeto no reconstruye su prejuicio positivamente sino que lo destruye cayendo, de nuevo, en una dinámica interpretativa no dialéctica sino opositiva.
El conocimiento como autointerpretación:
Hemos visto en el punto anterior como los prejuicios que nos constituyen como sujetos interpretativos sólo son replanteados cuando chocan con la “objetividad del mundo”. Pero ¿qué es eso que llamamos objetividad del mundo?
La objetividad del mundo sólo queda manifestada cuando es percibida como oposición a nuestras preconcepciones. Su naturaleza para el sujeto hermenéutico no es una esencia sino un acto que se muestra como resistencia. Ya que el sujeto sólo conoce como sujeto y no cabe un conocimiento “des-subjetivado” es lógico que esa objetividad sólo se presente en la conciencia del sujeto.
Determinar si la objetividad es algo externo o interno a la conciencia escapa a las pretensiones de esta exposición; lo que nos interesa mostrar es el carácter “resistente” de esa objetividad. El sujeto ante el mundo se siente polo de una oposición: nuestras ideas o sentimientos, en otras palabras nuestros prejuicios, no crean ni doman a la objetividad. La realidad, por otra parte, no se impone al sujeto hermenéutico ya que no puede cobrar significación mas que a través de este sujeto. El sujeto, inmerso en este antagonismo, anhela superarlo.
Existen básicamente tres formas de intentar superar ese antagonismo de lo real: la actitud reafirmante, la actitud receptiva y la actitud de conformación.
En la actitud de reafirmación el sujeto adopta una posición eminentemente activa en su relación con el objeto. El sujeto no es impresionado por la resistencia que muestra el mundo hacia sus prejuicios e intenta imponer sus preconcepciones al mundo. Si alguien tiene el prejuicio de que los hombres conducen peor que las mujeres y ve a un hombre conduciendo mucho mejor que la mayoría de las mujeres podría adoptar esta actitud de dominio de muchas maneras: despreciando el dato objetivo; justificándolo con “la excepción confirma la regla” etc. El sujeto intenta situarse más allá de los datos objetivos que deberían hacer cuestionar sus prejuicios.
La actitud receptiva es la contraria a la actitud reafirmante. En ella el sujeto se muestra como elemento pasivo, un mero espejo de lo objetivo. Su prejuicios son esquemas fantasmagóricos que pueden ser deshechos como nubes por la más leve brisa. Adoptando esta actitud es fácil caer en el relativismo o escepticismo.
Por último la actitud conformativa es un punto intermedio entre las dos actitudes anteriores. El sujeto reinterpreta la objetividad como elemento que reconstruye y perfila sus prejuicios a la vez que, concibe a sus prejuicios como elementos que constituyen y recrean su percepción del mundo. En esta actitud el sujeto no es un elemento ni meramente pasivo ni meramente objetivo sino que adopta una posición intermedia entre ambos opuestos.
Por todo lo dicho, se entiende que el acto hermenéutico es, además de un acto de conocimiento, un acto de autoconocimiento para el sujeto. El sujeto al percibir el mundo objetivo percibe en su resistencia la naturaleza de sus prejuicios lo que, le permite, efectivamente, reinterpretar el mundo pero, también, reinterpretarse a la nueva luz de la conciencia de sus preconcepciones.
Este hecho se muestra claramente con un ejemplo: todo individuo tiene una serie de relaciones con otros individuos: padres, hermanos, primos, tíos, amigos, compañeros de trabajo etc. En cierto sentido el individuo es un “nudo significativo”, es decir, es amigo de X, hijo de Y, hermano de Z... Nos definimos, en este sentido, por nuestra relación con otras “cosas” que no somos nosotros mismos (esto sería la relación de la objetividad). Por otro lado nosotros rompemos o reinterpretamos esas relaciones de continuo ya que, debilitamos o fortalecemos los vínculos que tenemos y creamos otros nuevos o los destruimos. De esta manera el sujeto se muestra pasivamente como un ser situado por sus relaciones y como elemento activo de ellas; como portador de significaciones y como creador de las mismas. El sujeto conociendo sus relaciones se autoconoce y gracias a ese autoconocimietno puede tomar las decisiones oportunas para reconstruir esas relaciones: comprensión es autocomprensión.
Terminamos aquí esta exposición volviendo a plantear una de las preguntas iniciales del texto. A la luz de lo dicho: ¿existen interpretaciones privilegiadas? Y si existen ¿cuál es el criterio para determinar su “superioridad hermenéutica?
Sé feliz
[1] Del artículo “Hermenéutica” de la Wikipedia