jueves, febrero 14, 2008

El método de la Realización Simbólica

En el presente post voy a comentar la terapia de la realización simbólica de la psicoanalítica suiza Marguerite Sechehaye (1887-1964) para el tratamiento de la esquizofrenia. Me baso en este trabajo fundamentalmente en el libro de Sechehaye “La realización simbólica” y los apuntes de la enferma esquizofrénica que Sechehaye trató titulados “Diario de una esquizofrénica”.


La esquizofrenia (del griego, schizo: "división" o "escisión" y phrenos: "mente") es definida como una patología psiquiátrica caracterizada por un pensamiento desestructurado, delirios, alucinaciones y alteraciones afectivas y conductuales. El paciente esquizofrénico percibe la realidad profundamente distorsionada y tiene significativos problemas para mantener conductas motivadas y de interacción social normal. (Wikipedia)


Desde el psicoanálisis de Freud la esquizofrenia, como todas las psicosis, es una ruptura del inconsciente con la realidad. Es decir, el sujeto esquizofrénico rechaza el principio de realidad del Super-Yo y crea una realidad imaginaria que le permita satisfacer aquellos impulsos inconscientes imposibles de satisfacer en la realidad. Esta realidad esquizofrénica choca con la realidad social y de ahí provienen la mayoría de los conflictos del paciente con el mundo: se siente en soledad desconectado del mundo real que le rodea. Esta ruptura con el mundo real surge usualmente debido a un trastorno primitivo durante la formación del Yo en la infancia.


Dado la desconexión del esquizofrénico con la realidad la terapia lingüística del psicoanálisis clásico no es efectiva ya que el enfermo no es capaz de una comunicación completa con su terapeuta pues ha cortado los vínculos simbólicos que permitirían una comunicación. Esta ruptura es precisamente el problema central del esquizofrénico. En todo caso, hay que decir que la terapia psicoanalítica clásica aunque no fuese del todo eficiente, según la propia Sechehaye, sí alivia al enfermo al intentar reforzar sus vínculos lingüísticos con lo Real. A pesar de esto cuando progresa la enfermedad y aumenta la desligazón del enfermo con el mundo la terapia psicoanalítica clásica se torna inviable.


EL CASO RENÉE


Con estos antecedentes teóricos se encontraba Sechehaye cuando conoció a Renée a la que al menos quince psiquiatras analizaron dando un diagnóstico parecido: esquizofrenia, hebefrenia en desarrollo, demencia precoz, paranoia esquizofrénica... Sin ninguna excepción los psiquiatras consideraron el caso como perdido, se esperaba una desintegración esquizofrénica total que acabaría en la idiotez. A pesar de este negro panorama Sechehaye emprendió la larga terapia que daría como fruto la curación de la enferma.


Renée sufrió en su primera infancia cierta falta de delicadeza afectiva por parte de sus padres. Las bromas de su padre sobre la desnudez de Renée o las burlas cuando la niña solicita comida hace que se desarrolle en ella un violento sentimiento de venganza. Por otra parte a la edad de cinco años la niña tiene que soportar continuas peleas de los padres motivadas porque el padre sale a menudo con una amiga. Renée decide vigilar al padre con un miedo horrible. La madre amenaza a la niña con abandonarla y el padre para “consolarla” le dice que en lugar de su madre vendrá una negra con grandes dientes que morderá tanto a la madre como a Renée o bien que la niña tendrá que ir a una hacienda donde unas grandes vacas se la comerán.


Otra broma del padre es proponerle cierto día a Renée alquilar una lancha para ahogarse juntos lo que genera en la niña miedo a la par que ira hacia su padre.


Cuando Renée tiene diez años el padre desaparece con su amiga y todos los ahorros efectivos de la familia con él. La pobreza e incluso la miseria hacen acto de presencia en casa y Renée se siente en la responsabilidad de tomar el papel de su padre al ser la hermana mayor. Continuos cambios de domicilio dificultan la aclimatación de la niña.

“ Más o menos al cumplir los doce años, la niña tiene ocasionalmente ilusiones ópticas, pero sin resultados afectivos dignos de mención. Al entrar en un zaguán cree ver gente que, rodeada de coches-cuna, toma el té. No osa acercarse por temor a molestar esta reunión. En otra ocasión se le aparece en la iglesia el sacerdote como muñequito movido por hilos. El sacerdote le parece ser también personaje de película, que se mueve en la pantalla sin vivir en la realidad. En una reunión de niños se asombra sobremanera al observar que todos los presentes tienen cabecita de cuervo.”


M.-A. Sechehaye; La realización simbólica. Diario de una esquizofrénica; FCE primera reimpresión 1973. pp. 23-24.


A partir de estas alucinaciones el estado de Renée empeora tanto mental como físicamente sufriendo una regresión que la empuja a jugar con muñecas a la edad de diecisiete años. El contacto con la realidad de Renée es ya mínimo y superficial; en este estado de “desintegración mental” según palabras del médico que la remite a Sechehaye llega a la consulta de la psicoanalítica. Es Julio de 1930 y Renée está apunto de cumplir dieciocho años.


EL PSICOANÁLISIS CLÁSICO:


Se inicia el psicoanálisis clásico con la charla entre paciente y doctor en el que Renée descubre sus traumas infantiles como raíces de sus sentimientos de culpa. Se observa en este periodo una leve mejoría: es más paciente con sus hermanos, ha aumentado su confianza en sí misma e incluso trabaja algo mejor para la escuela. Una muestra más de su mejoría es que Renée obtiene sus calificaciones finales y encuentra trabajo en una oficina. Sin embargo Sechehaye observa que el mero hecho de encontrar las causas del sentimiento de culpa no hacen que el Yo deje de autocastigarse... como se esperaba la enfermedad de Renée sigue avanzando inexorablemente debajo de la superficie.


¿Cómo abrir la llave que abre la protegida puerta del autocastigo? Sechehaye altera un poco el tratamiento clásico del psicoanálisis y en vez de sentarse a la espalda de la paciente, lo que genera una evidente sensación de soledad, se sienta junto a ella en el sofá para que la enferma compruebe que alguien la ve y la escucha. De este modo la enferma se siente apoyada contra sus miedos. Pero ni siquiera esto es suficiente para detener la enfermedad de Renée que sigue avanzando sin remisión.


La enferma empieza a escuchar voces absurdas: “Mediterráneo, batalla de Trafalgar...” o trozos de canciones religiosas. Siente el impulso de encender un fuego y arrojarse a él o al menos quemar su mano derecha; en un primer momento podía contener estos impulsos autodestructivos pero en la oficina en la que trabajaba con perfecta lucidez sigue el impulso morboso de quemarse la mano derecha y es observada por su jefe. Esto conllevará su internamiento psiquiátrico que a su vez provocará un shock en la enferma que acelerará su deterioro mental.


En 1932 Renée tiene 20 años y su deterioro mental es agudo, casi no come, cree ser una gata hambrienta que se alimenta de los huesos de muertos o que disminuye paulatinamente de edad dándole pavor llegar a los cero años. De este periodo son este fragmento:


“Mi querida mamá, me empeño mucho –para darte gusto-. Deseo tanto ir hacia tu cuerpo. Odio esta vida. Tómame. Me alegro de entrar nuevamente en tu cuerpo. Nunca más oiría gritar. Mamá, me esfuerzo por comer y vestirme, pero es tan difícil. Si lo logro, estarás feliz, y trabajaremos juntas para las personas iluminadas. Aun para aquellas que se iluminaron por una perversión, pero principalmente para las que tienen una gran pena.

“Viene el circo. Odio el circo. Pero en lo que se refiere a la comida cumpliré con mi deber. Las flores no deben vivir, por eso las destruyo. Es antropofagia comerse las verduras, ¿verdad, mamá? Recibe un gran beso de tu pequeña Renée, sí: de Renée –no de una ortiga-. Renée volverá al cuerpo de mamá. Mamá, está oscuro en el bosque. Cubrir las paredes con paja. No abrirse. Los malos. Defiéndeme contra Antipiol.”


Ed. cit. p. 44.



Pero afortunadamente en esta fase Sechehaye descubrió su terapia de realización simbólica. Después de escuchar los desvaríos de la enferma la psicoanalítica descubrió el sentido de algunos símbolos que Renée usaba para a continuación explicárselos a la convaleciente. Sin embargo la respuesta de Renée esa una comprensión intelectual pasajera e incluso un rechazo a separarse de sus símbolos. En este momento Sechehaye empezó a responder a la enferma con su propio lenguaje simbólico... pero aún esto, a pesar de ser un paso adelante, resultó insuficiente. Tuvo que llegar algo más allá en el uso de los símbolos.


LA REALIZACIÓN SIMBÓLICA:


En este apartado vamos a explicar como Sechehaye llegó a descubrir la terapia de la realización simbólica y en qué consiste esta terapia.


Es Octubre de 1933 y Renée tiene 21 años; vive en una pensión y la terapia de la doctora choca incesantemente con el sentimiento de culpa de la enferma. El mayor problema es que Renée se niega a ingerir cualquier otro alimento que no sean espinacas, ya que no poseen valor alimenticio y comerlas no le provoca sentimientos de culpa, o manzanas. Renée robaba las manzanas de un huerto hasta que fue sorprendida por la campesina dueña, lo que provocó un profundo sufrimiento en la enferma. Cuando Sechehaye le ofrecía manzanas compradas en la frutería también las rechazaba diciendo, aparentemente de modo contradictorio, que no le estaba permitido comer otra cosa que no fuesen manzanas. En esta tesitura Renée con un miedo terrible fruto de un conflicto con la hospedera de la pensión visitó a Sechehaye y esta se propuso desentrañar el sentido simbólico de las manzanas. Le dijo a Renée que le daría todas las manzanas que quisiera a lo que ella respondió que “[...] esas son manzanas compradas, manzanas para adultos. ¡Yo quiero manzanas de la madre, como estas!” señalando el pecho de la doctora.


Este gesto de la paciente mostró a Sechehaye el simbolismo de las manzanas: representaban el alimento materno, la leche materna (manzano=madre=tierra) que le había sido negado en su primera infancia de lactante. Esta frustración de un deseo lógico en la infancia provocó que la niña se quedase atascada en el estado de “realismo moral” que generó la imposibilidad de un desarrollo correcto de su psiquismo adulto. Renée había permanecido psíquicamente ligada a su madre sin poder llegar a una vida de independencia hasta que en su desarrollo su espíritu se truncó. Esta fractura de su desarrollo provocó que la agresividad tomase posesión de ella dirigiéndola, principalmente, hacia ella misma: le estaba prohibido nutrirse.


“Por fin comprendí lo que debía hacer. Las manzanas representan la leche de la madre, tengo que dárselas como una madre que da el pecho a su hijo: tengo que darle yo misma el símbolo, directamente y sin intermediario, y a horas fijas. Para probar mi hipótesis, decidí poner inmediatamente manos a la obra. Traje una manzana, corté un pedazo para dárselo, y le dije: “Es tiempo de beber la buena leche de las manzanas de la madre. Mamá te la dará.” Renée se apoyó en mi hombro, colocó la manzana sobre mi pecho y comió con los ojos cerrados, ceremoniosamente y con expresión de felicidad”

Ed. cit. p. 47.


De este modo la psicoanalista empezó a suministrar las manzanas a Renée como una madre da el pecho a su hijo: a horas fijas, con su presencia inmediata y alentando a la enferma a que comiese. No podía dársele a Renée leche de vaca o cualquier otro alimento que casase más con lo que estos alimentos sustituían, la leche materna, ya que el sentimiento de culpa sobre el deseo reprimido exige que se encubra la satisfacción con un símbolo. El enfermo esquizofrénico busca con su creación delirante la satisfacción de algún deseo infantil frustrado que no le ha permitido desarrollarse psíquicamente con normalidad; la creación delirante es una creación simbólica y por lo tanto la satisfacción se produce al nivel del símbolo, una vez desentrañado lo que el símbolo representa podemos hacer pasar al paciente al siguiente estadio de desarrollo hasta acompañarlo al final de su evolución psíquica, es decir, hasta su curación.


Empezando con las manzanas progresivamente Sechehaye logró que Renée fuese tomando alimentos más variados y sobre todo lo más importante fue que Renée volvió a vivir una vez más en la realidad aún cuando fuera fragmentariamente. La alegría de Renée por esta mejoría fue la misma que la de un ciego de nacimiento al ver la luz por primera vez.


El método simbólico continuó con ciertas vicisitudes en las que no me voy a detener ya que lo fundamental era la exposición del método de realización simbólica; aún así es preciso apuntar que si la terapia de realización simbólica funcionó fue porque para Renée, según la doctora, los símbolos no son tales sino que corresponden a realidades; Renée se sitúa debido a su enfermedad en una participación presimbólica, mágica con la realidad.


El rasgo principal de la disposición mágica de la mente de Renée se muestra en que el Yo no está bien separado del no-Yo. Por ejemplo, cuando la enferma necesita algún objeto que está fuera de su alcance le hace un gesto para que se aproxime o si tropieza con un mueble y se hace daño Renée le sacaba la lengua en señal de burla.


Renée también cae en el animismo en la relación con las partes de su propio cuerpo: cuando le dolió un diente le dijo a la doctora Sechehaye “¡Mamá, mi diente se porta mal, habla con él!”, acto seguido la doctora reprendió al diente y le conmino a que se comportase bien sintiendo la enferma, a continuación, una mejoría que le permitió reconciliar el sueño.


Estos pensamientos mágicos que aparecieron en los últimos estadios de la curación de Renée fueron desapareciendo mediante la aplicación de la terapia de realización simbólica.


En Abril de 1940 tras ocho años de terapia se confirma la curación total de la paciente sin recaídas. Comenzó estudios biológicos y una serie de investigaciones que le hicieron merecedora de un premio universitario.


Sechehaye siempre se mostró crítica con aquellos que consideraron que la fuente de la curación de Renée fue su afecto hacia la enferma y no la terapia en sí. La doctora expone datos clínicos esclarecedores que muestran que su afecto por la enferma y su curación no fueron en paralelo como sí lo fueron la utilización de símbolos y la recuperación final de Renée. Por otro lado, cualquier persona que conozca lo que representa una enfermedad tan compleja como la esquizofrenia comprenderá la imposibilidad de curarla con mero “amor maternal”.


COMENTARIO FINAL:


Me gustaría apuntar ciertas reflexiones tras esta exposición de la terapia de realización simbólica de Marguerite Sechehaye. En primer lugar, es interesante como la psicoanalítica rompe con la relación paciente-enfermo del psicoanálisis clásico, en vez de una posición de distante superioridad con respecto al enfermo la doctora Sechehaye opta por un posicionamiento de mayor cercanía con respecto a su paciente. Este cambio de posición, sin embargo, no implica que la paciente deje de ver a la doctora como apoyo o incluso guía; el psicoanalista sigue actuando como “conductor” de la terapia pero desde una actitud de guía cercano al enfermo. Esta posición, por supuesto, incrementa los peligros de trasferencia no sólo en sentido enfermo-psiquiatra sino también en sentido psiquiatra-enfermo.


La lectura del libro de Sechehaye y sobretodo el diario de Renée en donde narra como va progresando su enfermedad me han reafirmado en el planteamiento de que la enfermedad mental es más una perspectiva social sobre un individuo concreto (el llamado enfermo) que una patología objetiva. Los trastornos por los que pasa Renée bien podrían considerarse en otras culturas como visualizaciones de otras realidades colindantes, superiores o superpuestas a la nuestra. Una persona que escucha voces ¿qué es un enfermo o un visionario? A mi juicio lo que produce tanto sufrimiento en los enfermos esquizofrénicos de las sociedades occidentales es principalmente la perspectiva monosimbolista sobre la realidad: sólo un juego de símbolos, el racionalismo, es el válido para captar el mundo real, fuera de este juego simbólico de lo racional no cabe más que la irracionalidad, la locura y la patología.


En España de vez en cuando sigue surgiendo el debate de si la homosexualidad es una enfermedad ¿lo es? Desde la perspectiva monosimbolista lo ha sido en el pasado y lo sigue siendo pero ¿desde la perspectiva de un lacedemonio del siglo V a.C. lo sería? La enfermedad mental no es tanto un modo concreto de comportarse de la persona estigmatizada, el llamado “enfermo”, sino un modo de ver ese comportarse por parte de la sociedad. En este sentido muchas de las sociedades llamadas primitivas integran al sujeto que nosotros denominaríamos esquizofrénico dentro de una interpretación del mundo polisimbolista en donde pueden convivir diversos accesos a la realidad. Mientras que en el racional occidente el llamado esquizofrénico es considerado un paria y más o menos estigmatizados en algunas culturas primitivas se integra en la sociedad en la figura del chamán:


“En el capítulo precedente hemos citado muchos ejemplos de vocación chamánica manifestada adoptando la forma de una enfermedad. A veces no se trata exactamente de una enfermedad propiamente dicha, sino más bien un cambio progresivo de la conducta. El candidato se trueca en un hombre meditativo, busca la soledad, duerme mucho, parece ausente, tiene sueños proféticos y, a veces, ataques. Todo estos síntomas no son más que el preludio de la nueva vida que espera, sin saberlo, al candidato. Su proceder recuerda, por otra parte, las primeras señales de la vocación mística, que son las mismas en todas las religiones y harto conocidas para que estimemos necesario insistir en ellas.

Pero se dan también “enfermedades”, ataques, sueños y alucinaciones que deciden en poco tiempo la carrera de un chamán.”


Mircea Eliade; El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis; FCE séptima reimpresión 2003; p. 47.


Otra cuestión que me planteé al leer la obra de Sechehaye fue la relación del pensamiento mágico con la evolución de nuestro psiquismo. Ya Piaget había advertido que el niño pasa en su infancia por una especie de animismo que dota de vida a todos los objetos de su mundo incluso personificándolos. Sechehaye comprueba rastros de este animismo en Renée cuando los más graves síntomas de la esquizofrenia parecen haber remitido. Piaget y Sechehaye, el primero en el desarrollo del niño y la segunda en la enferma esquizofrénica, hayan vestigios de pensamiento mágico en la mente humana que vemos aflorar en la vida adulta. Desde una perspectiva racionalista este afloramiento de elementos mágicos-animistas es una regresión o una falla en el desarrollo psíquico; desde otra perspectiva los elementos mágico-animistas suponen los cimientos en donde está anclada nuestra vida psíquica consciente. La negación de estos elementos mágico-animistas traen la inestabilidad psíquica del mismo modo que un edificio con cimientos debilitados se tambalea y cae. El símbolo como realidad es el lenguaje profundo de nuestro espíritu, las abstracciones racionales que olvidan su origen simbólico son como árboles que han olvidado que se mantienen firmes hacia el sol sólo gracias a sus profundas raíces que penetran la obscura tierra.


La terapia de Sechehaye, si se ha entendido correctamente, es acompañar al enfermo en un desarrollo psíquico frustrado que no pudo tener lugar en la infancia; el desarrollo psíquico insuficiente fue lo que creó en el paciente la patología así que para sanar esa frustración deben satisfacerse esas necesidades del desarrollo a través de símbolos, en tanto que la satisfacción real no es ya posible. El paciente, junto con el terapeuta, rehace el camino del desarrollo del psiquismo no de un modo literal sino imaginal, simbólico. Cuando comprendí el método de Sechehaye no pude evitar pensar en los ritos de iniciación de algunas sociedades llamadas primitivas e incluso en algunos ritos iniciáticos de sociedades secretas occidentales en donde el leit motiv es el “renacimiento” del iniciado. Veamos a continuación dos textos que tratan de este renacimiento, el primero de Sechehaye en donde explica una fase de la terapia que finalizó con la curación de Renée, y el segundo de Mircea Eliade en donde narra un rito de iniciación de la antigua India:


“Retirarse al autismo significa negarse a toda responsabilidad frente a la vida y producía un violento sentimiento de culpabilidad. Y este sentimiento de culpabilidad respecto del autismo era la causa, como en todo sentimiento de culpabilidad inconsciente, por la que quedaba fija e este estado. Para liberar a alguien de ese sentimiento, hay que darle permiso para que satisfaga un deseo. Debe tener la autoridad para poder retirarse al autismo con el fin de perder tal sentimiento y apenas después deshacerse de él. La causa es obvia: el deseo de retirarse al vientre materno despierta el sentimiento de culpabilidad, ya que la madre quiere obligar al niño a que viva; no desea guardarlo en su vientre.

Tuve que acompañar a Renée hasta la última regresión hasta el autismo, y otorgarle de este modo el derecho de poder retirarse al vientre materno cuando sufría demasiado.”

Sechehaye, op. cit. pp. 66-67


“Por el momento, permítanseme citar algunos ejemplos ilustrativos acerca del tipo no peligroso de regreso al estado embrionario. Empecemos con las iniciaciones brahmánicas. No intentaré presentarlas en su totalidad; nos limitaremos al tema de la gestación y el nuevo nacimiento. En la antigua India, la ceremonia upanayana –es decir, la presentación del muchacho a su maestro- es el homólogo de las primitivas iniciaciones de la pubertad. En realidad, en la antigua India están presentes algunos de los comportamientos de los novicios entre los pueblos primitivos. El brahmacharin vive en casa de su maestro, se viste con la piel de un antílope negro, no come nada excepto la comida que mendiga, y está ligado a un voto de castidad absoluta [...]. Desconocida para el Rig-veda, la upanayana aparece documentada por primera vez en el Atharva-veda (XI, 5, 3), expresando claramente el tema gestación y renacimiento; se dice que el maestro transforma al muchacho en un embrión y le mantiene en su vientre durante tres noches. El Shatapatha-brahmana (XI, 5, 4, 12-13) ofrece los siguientes detalles: el maestro concibe cuando deposita su mano en el hombro del muchacho, y al tercer día el muchacho renace como brahmán. El Atharva-veda (XIX, 17) llama “dos veces nacido” (dvi-ja) a quienes han pasado por el upanayana”.

Mircea Eliade; Nacimiento y renacimiento; Ed. Kairós, primera edición 2001, pp. 85-86.


Realmente parece que las propuestas de algunos psicoanalistas e historiadores de las religiones herederos de Jung parecen acertadas cuando interpretan el mito, la iniciación o el hecho religioso en general como una psicoterapia social. Quizás Sechehaye se adelantó en su praxis psicoanalítica a teorizaciones posteriores sobre la economía psíquica del acto iniciático.


Como colofón a estas reflexiones me gustaría hacer la más arriesgada consideración: ¿realmente los estados alterados de conciencia nos transportan a otras realidades? ¿son factibles fenómenos psíquicos en esos estados alterados que en los estados normales son sólo quimeras? Voy a citar un texto del diario de Renée que ni ella ni su psicoanalista consideraron relevante, dejo al lector la explicación del mismo ya como mera coincidencia ya como guste:


“El ingreso en una clínica para enfermos nerviosos o simplemente en una clínica, me provocaba una terrible angustia. Pero, por lo menos, debía agradecer que no me habían internado por la fuerza como estuvo a punto de suceder.

A este respecto, me aconteció algo extraordinario, único en mi vida. Desde que recibía órdenes del Sistema, temía constantemente mi entrada definitiva en el País de la Iluminación. En teoría, esto significaba permanecer para siempre en la irrealidad, sin ningún contacto posible con “mamá” [se refiere a la doctora Sechehaye]; prácticamente significaba: ser internada en un hospital para enfermos mentales. Había establecido perfectamente el lazo entre el país de la Iluminación y el estado de locura: los enfermos mentales eran “iluminados” y entrar en una clínica psiquiátrica era ser definitivamente iluminada.

Varias veces le dije a “mamá”: “Tengo miedo de que vengan a buscarme para llevarme donde están los iluminados”. En efecto, diez días después de la visita del médico del Consejo de Vigilancia, vinieron a buscarme a mi casa para internarme legalmente; iban un enfermero, un asistente social o una asistente de la policía, ya no lo recuerdo. Afortunadamente, yo estaba fuera y mi familia ignoraba dónde me hallaba. Fue un sábado hacia las seis de la tarde. Este día, después de mi sesión, acompañé a “mamá” a una conferencia y estando en ella me sorprendió una terrible angustia en medio de la cuál dije a “mamá”: “El guardián de Bel Air (así se llamaba el asilo del cantón) viene a buscarme, está aquí. ¡Tengo miedo, tengo miedo! ¡Protéjame, se lo suplico!” Repetí estas mismas palabras varias veces, pero aunque no veía ningún guardián, tenía el sentimiento de que amenazaba un peligro inminente. En realidad, ignoraba todo lo que se tramaba a mis espaldas y no sospechaba siquiera que se me quería internar ese mismo día.

“Mamá” me tranquilizó y me separé de ella sin temor. Emprendí a pie el camino a mi domicilio, que se encontraba a una media hora del lugar de la conferencia y del domicilio de “mamá”. Iba a buen paso, puesto que aún tenía que hacer las compras del sábado. Súbitamente, me detuve. Y sin angustia, sin ninguna idea representativa, movida por una fuerza invisible di la vuelta y regresé a casa de “mamá”. Cuando abrió la puerta se asombró mucho de verme allí, pues era la primera vez que esto me sucedía: nunca antes me había acongojado a mitad del camino y agregué estas palabras: “Vengo para que me proteja del guardián. Quiere aprehenderme.” Me apenaba un poco molestar a “mamá” sin un motivo real muy urgente, tanto más cuanto que la angustia que sentí en la conferencia había ya desaparecido. “Mamá”, naturalmente, me recibió muy bien y me detuvo con ella alrededor de una hora y cuarto. Después me fui y cuando llegué a la casa, me sorprendió una atmósfera extremadamente tensa. Pregunté de qué se trataba y ante mi insistencia mis hermanos me contaron lo sucedido: un enfermero (el guardián) y una asistente social vinieron para buscarme en la ambulancia del asilo para internarme según las órdenes del Consejo de Vigilancia. La hora de su llegada coincidió con el final de la conferencia, o sea exactamente con el momento en que tuve el agudo sentimiento de que un guardián del país de la Iluminación había venido a buscarme y que se lo dije a “mamá”. Parece que me esperaron una hora y media. Si no hubiera tenido esa marabillosa intuición a la mitad del camino de regreso, habría llegado a la casa demasiado pronto y me habrían llevado por la fuerza. Gracias a esta intuición, escapé de un shock del cual me hubiera sido muy difícil reponerme. Fatigados de esperarme y sin saber a qué hora regresaría, se fueron.”


Sechehaye, op. cit. pp. 152-153


Sé feliz


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