jueves, febrero 21, 2008

Sobre los misterios egipcios

Desde Octubre del año pasado tengo en mi biblioteca “Sobre los misterios egipcios” del neoplatónico Jámblico pero no ha sido sino hasta principios de esta semana que me he animado a leerlo.


Mi primer contacto con el libro no fue grato, me encontraba en un universo tan distinto al que estoy acostumbrado que he de reconocer que me sentía desconcertadamente aburrido por lo que leía. Paulatinamente la lectura me fue revelando un mundo extraño pero no totalmente incomprensible, y muy pronto lo que Jámblico exponía me sedujo con el sabor de lo extraordinario.


En “Sobre los misterios egipcios” Jámblico responde una carta supuesta de un amigo que le interroga escépticamente sobre la naturaleza de los ritos, los oráculos, las visiones, etc. Lo sorprendente del libro en sí no es la racionalización que hace Jámblico de la religión pagana o de las predicciones sobre el futuro, lo sorprendente es el mundo de experiencias “anómalas” que recoge con la ingenuidad de quien narra una excursión al campo: visiones de dioses, de demones, de almas, predicciones oraculares, etc. No parece la figura de este filósofo neoplatónico la de un charlatán o un crédulo supersticioso, en su obra, sin embargo, no narra historias de segunda mano sino hechos de los que, evidentemente, es un conocedor directo. ¿Cómo conseguían esas visiones? Parece que en el oriente del Imperio Romano de la antigüedad tardía ciertas escuelas filosóficas fueron más allá de lo especulativo e idearon técnicas de éxtasis que les permitía el acceso a la realidad divina y demónica ¿cuáles fueron esas técnicas? Algunos sostienen que el ayuno, la recitación repetitiva o el consumo de sustancias enteógenas propiciaban estas visiones, en todo caso no son más que especulaciones.


Jámblico es parco al explicar el procedimiento de acceso a esa otra realidad, sin embargo el uso de símbolos y de plegarias es del todo claro. Parece también que, por lo que deja traslucir el texto, los sacrificios rituales y la música jugaban cierto papel en la ceremonia. Las visiones son diferente según la naturaleza de la entidad convocada. Es posible que la invocación se frustre y un demon menor o un simple espíritu haga acto de presencia cuando se intenta invocar a un dios o demon superior.


La lectura de Jámblico me corrobora en mi hipótesis de que no es racional seguir negando la realidad de otras experiencias más allá de las comunes. La naturaleza “ontológica” (perdonesemé la pedantería) de esas experiencias no me atrevo a dirimirla aunque invito a la lectura de Harpur para que cada cual extraiga su propia opinión, pero sea de la naturaleza que sea seguir negando estos contactos con el Otro Mundo estigmatizándolos con la marca de la locura, la mentira o la ignorancia es tan insensato como cerrar los ojos para decir que solo existe la oscuridad.


Mágico libro, nada extravagante en su estilo sino todo lo contrario, natural como si contase cosas sabidas por todos sin ningún tapujo o complejo. La lectura de “Sobre los misterios egipcios” te transporta a un mundo, el del Egipto griego del Bajo Imperio Romano, desconocido, extraordinario y decadente; un mundo que lucha denodadamente por sobrevivir ante los embates del cristianismo. Jámblico y el neoplatonismo, del que tan poco desgraciadamente se conserva, es, a mi juicio, el hermoso canto del cisne que entonó la cultura griega antes de desaparecer enclaustrada en las salas secretas de oscuras bibliotecas de conventos cuando no en la hoguera.


“Además, los dones procedentes de las apariciones no son todos iguales no producen los mismos frutos. La presencia de los dioses otorga salud del cuerpo, virtud del alma, pureza de intelecto y ascenso, por decirlo brevemente, de todo lo que hay en nosotros hacia sus propios principios. Elimina el frío y lo destructivo que hay en nosotros, aumenta el calor y lo hace más fuerte y potente, hace que todo sea proporcionado al alma y al intelecto, hace brillar la luz con la inteligible armonía, hace aparecer a los ojos del alma, por medio de los del cuerpo, lo que no es cuerpo como cuerpo. La presencia de los arcángeles produce también los mismos efectos, salvo que no otorga los dones ni siempre ni en toda circunstancia ni suficientes ni perfectos ni inalienables, y brilla de un modo equiparable a su aparición. La de los ángeles otorga separadamente bienes aún más particulares, y tiene la actividad con la que aparece muy inferior a la luz perfecta que la abarca en sí. La de los démones entorpece el cuerpo y lo castiga con enfermedades, arrastra también el alma hacia la naturaleza, no separa de los cuerpos ni de sensación congénere de los cuerpos, retiene en las regiones de aquí abajo a quienes se apresuran hacia el fuego y no libera de los vínculos de la fatalidad. La de los héroes tiene en lo demás efectos similares a la de los démones, pero tiene como característica propia incitar a ciertas apariciones nobles y grandes. La aparición de los arcontes en la epoptía [literalmente “visiones directas”], la de los cósmicos, otorga bienes cósmicos y todas las cosas de la vida, mientras que la de los materiales concede bienes materiales y cuantas obras son terrestres. La contemplación de las almas puras y pertenecientes al orden angélico hace ascender el alma y la salva, se manifiesta en una esperanza sagrada y otorga el don de esos bienes a los que la sagrada esperanza aspira, mientras que la contemplación de las otras [se refiere a las almas impuras] hace descender hacia la generación, destruye los frutos de la esperanza y a los que las ven los llena de pasiones que se clavan en los cuerpos.”


Jámblico; Sobre los misterios de los egipcios lib. II. 6; editorial Gredos; trad. Enrique Ángel Ramos Jurado



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