Viajes al Otro Mundo
En este trabajo voy a analizar la idea del viaje ultramundano, viaje al Otro Mundo tal y como aparece en el libro de Patrick Harpur Realidad Daimónica publicado por la editorial Atalanta.
Si nos proponemos explicar el concepto de Harpur de viaje al Otro Mundo tendremos que detenernos a explicar lo que es ese "Otro Mundo". El Otro Mundo es el mundo desconocido y se define, precisamente por su alteridad a este, si este es un mundo literal el Otro Mundo tiene como rasgo distintivo su no literalidad, su carácter más propiamente metafórico. El Otro Mundo, por ejemplo para el cristianismo es el mundo trascendente de Más Allá de la muerte; para el animismo es una realidad distinta a esta pero inmanente a ella; para la cultura popular el otro mundo viene representado por planetas lejanos con extrañas civilizaciones... el Otro Mundo es, en definitiva, el mundo de lo Imaginario. El error del cientificismo, y de todos los ismos, es considerar que únicamente es real lo literal y que lo no literal es sinónimo de irreal. La negación del Otro Mundo, de la realidad que Harpur llama daimónica, es el signo definitorio de nuestro tiempo y probablemente el mayor dilema espiritual de la actualidad. La negación de esa alteridad nos altera, nos la refleja deforme y monstruosa, si negamos los sueños como irrealidades se nos acaban presentando como reales pesadillas.
Pero ¿cómo viajar al Otro Mundo? Los viajes espontáneos e involuntarios pueden ser terriblemente exitosos pero plantean un doble peligro que le acaecía ya al viejo chamán: la pérdida del alma o la posesión por los espíritus. La pérdida del alma se podría asociar a la neurosis, esa afán por un control excesivo y literalista de la realidad que provoca en el neurótico sentimientos de continua angustia; esto acontece cuando perdemos el contacto con el Otro Mundo, nuestra alma ha perdido, entonces, toda la capacidad para ver lo invisible, para vivir en el reino de la Imaginación. La posesión por los espíritus podríamos asociarla a la psicosis, es esa irrupción de lo Imaginario en la mente que acaba desbordándola; el psicótico pierde el suelo de lo real literal y se queda sumergido en una realidad desfondada de literalidad. Pero ¿qué es ese alma que se puede perder o puede ser poseída? ¿Estamos hablando simplemente de la mente?
Las culturas tradicionales siempre han tenido en cuenta dos tipos de almas: una que habita en nuestro cuerpo y que Harpur denomina "ego racional" y otra que no es un yo de la conciencia sino de la inconciencia o del sueño que se separa de nosotros en nuestros viajes astrales u oníricos y que posee también un cuerpo-sueño, un cuerpo sutil que no es físico. Esta segunda alma es también la que Odiseo ve en su viaje al Hades: un alma-imagen. Este segundo alma es el ego daimónico como he dicho, el ego del sueño frente al ego racional de la vigilia; una diferencia interesante es que el ego racional y el ego daimónico no se relacionan de la misma manera con sus respectivos cuerpos, el cuerpo y el alma daimónica se reflejan mutuamente de tal modo que el cuerpo del sueño o de la alucinación puede adquirir mil formas y mil atuendos. Es esta alma la que se puede perder en el viaje chamánico o la que puede ser contaminada por los espíritus.
El ego racional y el daimónico no están tan separados en realidad como hemos supuesto expositivamente. En ocasiones el ego racional intenta imponer sus categorizaciones, su perspectiva al ego daimónico cuando intenta racionalizar una experiencia visionaria o directamente negarla. Por contra, el ego daimónico también despoja a nuestro ego racional de su frágil seguridad cuando lo arrebata con experiencias imaginarias. Y esto es, para Harpur, el proceso de la iniciación que ha existido en todas las culturas tradicionales: el desmantelamiento del punto de vista racional cuyo objetivo es instalar su propia realidad daimónica en el centro de nuestra conciencia.
Si nos proponemos explicar el concepto de Harpur de viaje al Otro Mundo tendremos que detenernos a explicar lo que es ese "Otro Mundo". El Otro Mundo es el mundo desconocido y se define, precisamente por su alteridad a este, si este es un mundo literal el Otro Mundo tiene como rasgo distintivo su no literalidad, su carácter más propiamente metafórico. El Otro Mundo, por ejemplo para el cristianismo es el mundo trascendente de Más Allá de la muerte; para el animismo es una realidad distinta a esta pero inmanente a ella; para la cultura popular el otro mundo viene representado por planetas lejanos con extrañas civilizaciones... el Otro Mundo es, en definitiva, el mundo de lo Imaginario. El error del cientificismo, y de todos los ismos, es considerar que únicamente es real lo literal y que lo no literal es sinónimo de irreal. La negación del Otro Mundo, de la realidad que Harpur llama daimónica, es el signo definitorio de nuestro tiempo y probablemente el mayor dilema espiritual de la actualidad. La negación de esa alteridad nos altera, nos la refleja deforme y monstruosa, si negamos los sueños como irrealidades se nos acaban presentando como reales pesadillas.
Pero ¿cómo viajar al Otro Mundo? Los viajes espontáneos e involuntarios pueden ser terriblemente exitosos pero plantean un doble peligro que le acaecía ya al viejo chamán: la pérdida del alma o la posesión por los espíritus. La pérdida del alma se podría asociar a la neurosis, esa afán por un control excesivo y literalista de la realidad que provoca en el neurótico sentimientos de continua angustia; esto acontece cuando perdemos el contacto con el Otro Mundo, nuestra alma ha perdido, entonces, toda la capacidad para ver lo invisible, para vivir en el reino de la Imaginación. La posesión por los espíritus podríamos asociarla a la psicosis, es esa irrupción de lo Imaginario en la mente que acaba desbordándola; el psicótico pierde el suelo de lo real literal y se queda sumergido en una realidad desfondada de literalidad. Pero ¿qué es ese alma que se puede perder o puede ser poseída? ¿Estamos hablando simplemente de la mente?
Las culturas tradicionales siempre han tenido en cuenta dos tipos de almas: una que habita en nuestro cuerpo y que Harpur denomina "ego racional" y otra que no es un yo de la conciencia sino de la inconciencia o del sueño que se separa de nosotros en nuestros viajes astrales u oníricos y que posee también un cuerpo-sueño, un cuerpo sutil que no es físico. Esta segunda alma es también la que Odiseo ve en su viaje al Hades: un alma-imagen. Este segundo alma es el ego daimónico como he dicho, el ego del sueño frente al ego racional de la vigilia; una diferencia interesante es que el ego racional y el ego daimónico no se relacionan de la misma manera con sus respectivos cuerpos, el cuerpo y el alma daimónica se reflejan mutuamente de tal modo que el cuerpo del sueño o de la alucinación puede adquirir mil formas y mil atuendos. Es esta alma la que se puede perder en el viaje chamánico o la que puede ser contaminada por los espíritus.
El ego racional y el daimónico no están tan separados en realidad como hemos supuesto expositivamente. En ocasiones el ego racional intenta imponer sus categorizaciones, su perspectiva al ego daimónico cuando intenta racionalizar una experiencia visionaria o directamente negarla. Por contra, el ego daimónico también despoja a nuestro ego racional de su frágil seguridad cuando lo arrebata con experiencias imaginarias. Y esto es, para Harpur, el proceso de la iniciación que ha existido en todas las culturas tradicionales: el desmantelamiento del punto de vista racional cuyo objetivo es instalar su propia realidad daimónica en el centro de nuestra conciencia.
En realidad, dice el autor, cuando se refiere a dos tipos de egos es sólo una forma de hablar: existe un sólo ego aunque con dos perspectivas pero, mientras que la perspectiva daimónica es plural y pluralista la perspectiva racional fomenta su visión única y literalista y niega a todas las demás.
Para entender mejor esta idea Harpur utiliza también la metáfora del alma y del espíritu. Estos dos conceptos manifiestan una tensión fundamental en la vida humana. El camino hacia de individualidad y la unidad es un camino básicamente espiritual así como el cristianismo o cualquier tipo de monoteísmo es una religión del espíritu. El alma subraya la disolución en la colectividad y la multiplicidad de este modo religiones del alma son el animismo o el politeísmo. Harpur elabora dos listas de conceptos-imágenes que se han asociado al alma y al espíritu que no me resisto a incluir aquí:
Para entender mejor esta idea Harpur utiliza también la metáfora del alma y del espíritu. Estos dos conceptos manifiestan una tensión fundamental en la vida humana. El camino hacia de individualidad y la unidad es un camino básicamente espiritual así como el cristianismo o cualquier tipo de monoteísmo es una religión del espíritu. El alma subraya la disolución en la colectividad y la multiplicidad de este modo religiones del alma son el animismo o el politeísmo. Harpur elabora dos listas de conceptos-imágenes que se han asociado al alma y al espíritu que no me resisto a incluir aquí:
"Espíritu: Dios, monoteísmo, unidad, el Uno, ego; cielo, trascendencia, arriba, alturas, ascenso, "superior"; masculino, conciencia, racionalidad, luz, fuego, sol.
Alma: dáimones, politeísmo, lo Múltiple, anima; Tierra, inmanencia, abajo, profundidades, descenso, "inferior"; femenino, el inconsciente, imaginación, oscuro agua, luna."
Alma: dáimones, politeísmo, lo Múltiple, anima; Tierra, inmanencia, abajo, profundidades, descenso, "inferior"; femenino, el inconsciente, imaginación, oscuro agua, luna."
Op. cit. p. 374.
Como el mismo autor reconoce alma y espíritu son otros dos nombres para el yang y el yin. Y tal y como el yin y el yang el alma y el espíritu son reflejos uno del otro, se contienen y se oponen entre sí, fuera de esta oposición no podemos ver nada, no es concebible encontrar la reconciliación entre ambas sino sólo el mantenimiento de un cierto equilibrio.
El alma reconoce la perspectiva del espíritu pero no se aferra a ninguna. La teorización no es más que una nueva mitología con la pretensión de literalidad. Sin el espíritu el alma no puede conocer en la verdad, sólo con él puede el alma conocerse a sí misma. Pero por contra el espíritu necesita también del alma que con su lujuriosa belleza suaviza el arduo camino del espíritu hacia la verdad absoluta y unitaria. Así como el héroe va en pos de la bella princesa el espíritu busca conectar con el alma a través de las imágenes del arte, de la naturaleza o de los ensueños. Así como el chamán es destrozado en su viaje al otro mundo y vuelto a unir de nuevo el espíritu, el ego racional, tiene que romper su dura coraza para adquirir la multiplicidad de perspectivas que permita al alma moverse libremente por el Otro Mundo.
En este punto de su teorización el autor pone un ejemplo mitológico de la perspectiva especial del espíritu que ha llamado "ego racional". El mito es el de Hércules que para Harpur representa el modelo de "ego heroico" que predomina en la cultura occidental. Hércules representa la fuerza bruta que confunde las sombras del Hades con seres reales y que usa su garrote para solucionar todos los conflictos con el mundo daimónico, así nuestros egos daimónicos se quedan sin iniciar, anclados en la perspectiva literal, la perspectiva unidireccional de la mirada racionalizadora. Pero el Otro Mundo no asume sumisamente esa negación y exige salir a la luz. Hércules ignoró a su esposa Deyanira que representa a su alma y ella misma le envió la muerte como filtro de amor; el Otro Mundo cuando es ignorado exige nuestra atención y si persistimos en nuestros esquemas unilaterales nos arrastra hacia él. Este mito de Hércules ejemplifica la construcción del ego racionalista occidental (más concretamente del ego racionalista nórdico ya que Harpur llama la atención sobre el hecho de que mientras que el protestantismo nórdico trató de demonizar a los dáimones el cristianismo mediterráneo los trató siempre de cristianizar):
El alma reconoce la perspectiva del espíritu pero no se aferra a ninguna. La teorización no es más que una nueva mitología con la pretensión de literalidad. Sin el espíritu el alma no puede conocer en la verdad, sólo con él puede el alma conocerse a sí misma. Pero por contra el espíritu necesita también del alma que con su lujuriosa belleza suaviza el arduo camino del espíritu hacia la verdad absoluta y unitaria. Así como el héroe va en pos de la bella princesa el espíritu busca conectar con el alma a través de las imágenes del arte, de la naturaleza o de los ensueños. Así como el chamán es destrozado en su viaje al otro mundo y vuelto a unir de nuevo el espíritu, el ego racional, tiene que romper su dura coraza para adquirir la multiplicidad de perspectivas que permita al alma moverse libremente por el Otro Mundo.
En este punto de su teorización el autor pone un ejemplo mitológico de la perspectiva especial del espíritu que ha llamado "ego racional". El mito es el de Hércules que para Harpur representa el modelo de "ego heroico" que predomina en la cultura occidental. Hércules representa la fuerza bruta que confunde las sombras del Hades con seres reales y que usa su garrote para solucionar todos los conflictos con el mundo daimónico, así nuestros egos daimónicos se quedan sin iniciar, anclados en la perspectiva literal, la perspectiva unidireccional de la mirada racionalizadora. Pero el Otro Mundo no asume sumisamente esa negación y exige salir a la luz. Hércules ignoró a su esposa Deyanira que representa a su alma y ella misma le envió la muerte como filtro de amor; el Otro Mundo cuando es ignorado exige nuestra atención y si persistimos en nuestros esquemas unilaterales nos arrastra hacia él. Este mito de Hércules ejemplifica la construcción del ego racionalista occidental (más concretamente del ego racionalista nórdico ya que Harpur llama la atención sobre el hecho de que mientras que el protestantismo nórdico trató de demonizar a los dáimones el cristianismo mediterráneo los trató siempre de cristianizar):
"Una parte demasiado importante de nuestra historia reciente ha sido masacradora de almas, imaginando el pasado como algo meramente primitivo y, superreforzada por la tecnología, ha demolido los lugares sagrados, cazado a los animales daimónicos con rifles de alta velocidad, enviado reactores para derribar a los ovnis, violado a la diosa luna con fálicos cohetes, etc. Después de cortar toda relación con dioses y dáimones, creemos que la cosa se va a quedar así. Pero no es cierto. La victoria sobre los dáimones es hueca; simplemente hacemos que el nuestro sea un universo imposible. Y, mientras ahuyentamos a los dáimones ante nosotros, ellos vuelven sigilosamente por detrás o desde dentro. Los incitamos a atraparnos y poseernos y enloquecernos."
Op. cit. p. 381.
Esto es lo que le ocurre al espíritu cuando se disocia del alma. Se transforma en un solitario e iluso ego racional que pierde toda conexión con la realidad que no sea una conexión literal. Queda atrapado en racionalizaciones impersonales tan huecas y abismales como los espacios siderales o el universo subatómico.
Ya que no podemos ni debemos quedarnos anclados en la perspectiva literal ¿cómo podemos viajar al Otro Mundo? No caben viajes literales hacia ese Otro Mundo, además de esos viajes espontáneos, de los que hablé antes, en los que el viajante corre el peligro de perder el alma o ser poseído cabe otro tipo de viaje hacia el mundo de lo Imaginario: el rito. El rito es un acto en donde nada es literal sino que todo es representación, el rito no es un simple acto externo sino que lo que cuenta es el alma que se ponga en él, como todo aquel que ha practicado algún rito sabe. El rito es, en definitiva, el reconocimiento de que sin el rito o sin una forma ritual de acercarnos al entorno lo profanamos y que esa profanación puede tener consecuencias desafortunadas y concretas. Incluso profanamente se asume la existencia de maldiciones sobre los profanadores de lo sagrado religioso o lo sagrado natural, la maldición de Tutankamon es un claro ejemplo de esto.
Ya que no podemos ni debemos quedarnos anclados en la perspectiva literal ¿cómo podemos viajar al Otro Mundo? No caben viajes literales hacia ese Otro Mundo, además de esos viajes espontáneos, de los que hablé antes, en los que el viajante corre el peligro de perder el alma o ser poseído cabe otro tipo de viaje hacia el mundo de lo Imaginario: el rito. El rito es un acto en donde nada es literal sino que todo es representación, el rito no es un simple acto externo sino que lo que cuenta es el alma que se ponga en él, como todo aquel que ha practicado algún rito sabe. El rito es, en definitiva, el reconocimiento de que sin el rito o sin una forma ritual de acercarnos al entorno lo profanamos y que esa profanación puede tener consecuencias desafortunadas y concretas. Incluso profanamente se asume la existencia de maldiciones sobre los profanadores de lo sagrado religioso o lo sagrado natural, la maldición de Tutankamon es un claro ejemplo de esto.
"- [...] Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra."
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra."
Saint Exupéry, A.; El principito.
Pero el rito es un modo de acercarnos al Otro Mundo y lo que importa no es el modo sino el hecho de que debemos ampliar nuestras vidas imaginativas para dar cabida a los dáimones dentro de ellas. Y dar cabida a los dáimones no significa sumergirse en su mundo sino también y sobre todo mantener una distancia entre ellos y nosotros para poder reflexionar sobre ellos. Entre la ignorancia o negación de los dáimones en la que cae el racionalismo y el sumergimiento en el Otro Mundo del psicótico la actitud recomendable es la de distante cercanía. Así podremos abrir un diálogo entre el Otro Mundo y nosotros en la que habrá una batalla para impedir ser domeñados por los dáimones, para impedir ser un instrumento de ellos, meros reproductores del patrón daimónico y habrá una pasión que nos capacite a dar cuerpo a ese Otro Mundo en este a través de obras de arte, artesanía e incluso a través de ideas o teorías.. Las obras de arte, pero en general las obras de la Imaginación son puertas hacia el Otro Mundo por donde lo daimónico se manifiesta, son, en definitiva, santuarios.
Y este viaje tiene que hacerse a pesar del humanismo ya que como su nombre indica cae en el error de creer que somos meramente humanos y no es así. Lo daimónico, lo otro, lo divino, lo ignoto forman parte de nuestra personalidad y el intento de suprimirlo por parte del humanismo no logra que desaparezca sino que lo fuerza a hallar expresión a través de la otra mitad que es la única que el humanismo reconoce: nuestro ego racional. De este desplazamiento forzoso de lo daimónico a nuestro ego hercúleo nace la patología psicológica denominada inflación; así el ego racionalista moderno se autoatribuye poderes que evidentemente no tiene y que lindan lo milagroso: curar todas las enfermedades, acabar con el mal, hacer felices a los hombres, poner fin a la guerra, predecir los males naturales y neutralizarlos... de la misma manera que el paciente víctima de delirios paranoides puede llegarse a creer Dios el ego racionalista moderno se piensa como centro del mundo y juez de lo Real. Patrick Harpur llega a afirmar, efectivamente, que la visión humanista "contiene elementos de un estado delirante paranoide".
La psicoterapia que pretende ahuyentar a los demonios del alma no hace más que engañarnos con discursos felices, no hace más que esconder el pozo de lo Imaginario tras una pantalla ficticia de racionalizaciones. El usual fracaso de estas psicoterapias para mitigar el sufrimiento y la necesidad cada vez mayor de consuelo para nuestra alma debería llevarnos a plantear qué está pasando y si realmente estamos caminando por la dirección correcta. La depresión, el derrumbe del sentido de nuestro mundo circundante es tratado como una patología de la que huir cuando podría ser, quizás, la invitación a derruir nuestro ego unilateral y de iniciarnos en el mundo daimónico.
Termino este trabajo con un trozo del más hermoso viaje hacia el Otro Mundo que conozco, un verdadero viaje daimónico:
La psicoterapia que pretende ahuyentar a los demonios del alma no hace más que engañarnos con discursos felices, no hace más que esconder el pozo de lo Imaginario tras una pantalla ficticia de racionalizaciones. El usual fracaso de estas psicoterapias para mitigar el sufrimiento y la necesidad cada vez mayor de consuelo para nuestra alma debería llevarnos a plantear qué está pasando y si realmente estamos caminando por la dirección correcta. La depresión, el derrumbe del sentido de nuestro mundo circundante es tratado como una patología de la que huir cuando podría ser, quizás, la invitación a derruir nuestro ego unilateral y de iniciarnos en el mundo daimónico.
Termino este trabajo con un trozo del más hermoso viaje hacia el Otro Mundo que conozco, un verdadero viaje daimónico:
"-El crepúsculo es la raja entre los mundos -dijo don Juan-. Es la puerta a lo desconocido.
Indicó con un amplio ademán la meseta donde nos hallábamos.
-Ésta es la planicie frente a esa puerta.
Señaló entonces el filo norte de la meseta.
-Allí está la puerta. Más allá hay un abismo, y más allá de ese abismo está lo desconocido.
Después don Juan y don Genaro se volvieron hacia Pablito y le dijeron adiós. Los ojos de Pablito estaban dilatados y fijos; por sus mejillas rodaban abundantes lágrimas.
Oí la voz de don Genaro diciéndome adiós, pero no oí la de don Juan.
Don Juan y don Genaro se acercaron a Pablito y susurraron brevemente en sus oídos. Luego vinieron hacia mí. Pero antes de que susurraran nada, yo ya tenía la peculiar sensación de estar partido.
-Ahora nosotros seremos otra vez polvo en el camino -dijo don Genaro-. Tal vez algún día otra vez vuelva a entrar en tus ojos.
Don Juan y don Genaro retrocedieron y parecieron perderse en la oscuridad. Pablito me tomó del antebrazo y nos dijimos adiós. Entonces un extraño impulso, una fuerza, me hizo correr con él hacia el filo norte de la meseta. Sentí que su brazo me sostenía cuando saltamos, y luego quedé solo."
Indicó con un amplio ademán la meseta donde nos hallábamos.
-Ésta es la planicie frente a esa puerta.
Señaló entonces el filo norte de la meseta.
-Allí está la puerta. Más allá hay un abismo, y más allá de ese abismo está lo desconocido.
Después don Juan y don Genaro se volvieron hacia Pablito y le dijeron adiós. Los ojos de Pablito estaban dilatados y fijos; por sus mejillas rodaban abundantes lágrimas.
Oí la voz de don Genaro diciéndome adiós, pero no oí la de don Juan.
Don Juan y don Genaro se acercaron a Pablito y susurraron brevemente en sus oídos. Luego vinieron hacia mí. Pero antes de que susurraran nada, yo ya tenía la peculiar sensación de estar partido.
-Ahora nosotros seremos otra vez polvo en el camino -dijo don Genaro-. Tal vez algún día otra vez vuelva a entrar en tus ojos.
Don Juan y don Genaro retrocedieron y parecieron perderse en la oscuridad. Pablito me tomó del antebrazo y nos dijimos adiós. Entonces un extraño impulso, una fuerza, me hizo correr con él hacia el filo norte de la meseta. Sentí que su brazo me sostenía cuando saltamos, y luego quedé solo."
Carlos Castaneda; Relatos de poder; FCE; primera reimpresión; pp. 384-385
Sé feliz
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