Los yonquis del sufrimiento
Vivimos en tiempos de adicciones: adicción al juego, adicción al sexo, adicción al trabajo, adicción a internet o a la televisión. Lazos que nos atan a una vida que hemos renunciado a vivir, vida que preferimos pasarla que vivirla. Ese estremecimiento que nos produce una droga o pasar de nivel en la Play o el loco estupor del deseo nos hacen sentir que sentimos y que somos al menos por un instante. Se me antoja que esa sensación debiera ser mucho más cotidiana y menos artificial... quizás no sean más que extraños desvaríos de un adicto a desvariar.
Y está esa otra adicción de la que todo el mundo habla pero sin hablar de ella... la adicción al sufrimiento, a la pena, al sentirse desgraciado, solo e incomprendido ¿no es acaso una adicción más? ¡Cuantos adictos, cuantos yonquis a sentir que su herida es la herida del mundo, a pensar que su dolor es el ombligo del universo todo! ¡Qué suave negrura es esa de la autocompasión, de la claudicación! Esa espera huera del príncipe azul, de la felicidad caída del cielo, del mañana será otro día. Así como para el heroinómano el estremecimiento del jaco le ata a la vida y a sentirse siendo, así, igualmente, el yonqui del sufrimiento se siente vivo sólo cuando su monótona cobardía hacia la vida se ve sacudida por el estremecimiento de la amargura y quizás, ¿quién puede saberlo?, por la blanda mirada de la lástima.
¡Y el infinito a la vuelta de la esquina!
Y está esa otra adicción de la que todo el mundo habla pero sin hablar de ella... la adicción al sufrimiento, a la pena, al sentirse desgraciado, solo e incomprendido ¿no es acaso una adicción más? ¡Cuantos adictos, cuantos yonquis a sentir que su herida es la herida del mundo, a pensar que su dolor es el ombligo del universo todo! ¡Qué suave negrura es esa de la autocompasión, de la claudicación! Esa espera huera del príncipe azul, de la felicidad caída del cielo, del mañana será otro día. Así como para el heroinómano el estremecimiento del jaco le ata a la vida y a sentirse siendo, así, igualmente, el yonqui del sufrimiento se siente vivo sólo cuando su monótona cobardía hacia la vida se ve sacudida por el estremecimiento de la amargura y quizás, ¿quién puede saberlo?, por la blanda mirada de la lástima.
¡Y el infinito a la vuelta de la esquina!
Sé feliz