martes, junio 24, 2008

Luciano de Samósata, antifilósofo

Primero leí los diálogos de Luciano, de los dioses, de los muertos, marinos y de las cortesanas, para continuar con una recopilación de sus obras en prosa iniciadoras de la novela. Luciano es un sirio que escribe en griego en el Imperio Romano, un personaje que nos recuerda el cosmopolita desarraigado, ciudadano del mundo del siglo XXI. No seré yo el que lo descubra: casi dos milenios nos separan de Luciano y su cercanía es asombrosa: su escepticismo hacia la religión, la política, los afanes humanos y su proclamado cinismo vital y filosófico (los únicos filósofos bien parados en sus obras son los cínicos Diógenes y Menipo) nos resultan más que familiares.

Sus obras de aventuras disparatadas, como “Relatos verídicos” que cuenta el primer viaje a la Luna desde Occidente, se asemejan mucho a los relatos de ciencia ficción, de humor o de aventuras actuales que pretenden antes divertir que enseñar. Sus obras ficticias retratan con inmisericorde realismo una sociedad rica en costumbres, prejuicios, supersticiones y poder que vuelve a traernos a la mente, una vez más, el mundo occidental de hoy.

Las valiosas y divertidas obras de Luciano vienen a mostrar que la antigua idea de que la cultura griega tuvo su esplendor literario y filosófico en los siglos V y IV a. C y que todo lo que sigue son obras de epígonos menores o notas a pie de página a los “verdaderos autores” es un prejuicio de rancios manuales de literatura que no se puede seguir sosteniendo.

Quizás lo más relevante para mi sea la inquina que muestra Luciano hacia los filósofos a los que representa engreídos, ignorantes y avaros, cuando no, directamente, pervertidos; no creo posible la filosofía sin cierto descaro, sin cierto reírse de sí misma y de su aparente gravedad; Luciano tira de la manta y muestra a los filósofos y sus escuelas como grupillos heterogéneos de pedantes sectarios, Luciano, en cierto modo, actúa como un hiperfilósofo que ya no solo critica a la sociedad, a las costumbres o a los gobernantes sino que también critica a la filosofía misma, una crítica que también formuló Nietzsche o Schopenhauer y que también tiene una rotunda actualidad.

Dejo un divertido texto del Icaromenipo que no deja, filosóficamente hablando, títere con cabeza:

“La causa de convocaros me la ha dado el huésped que vino ayer. Hace tiempo que deseaba que tratáramos acerca de los filósofos, pero ahora, movido sobre todo por la Luna y sus lamentos, he determinado no diferir más la discusión.

Es un linaje que ha llegado al mundo no hace mucho, perezoso, pendenciero, altivo, irascible, glotón, fatuo, lleno de humo y soberbia, un inútil peso de la tierra en palabras de Homero. Divididos en escuelas maquinan diversos laberintos verbales y se llaman “estoicos”, “académicos”, “epicúreos”, “peripatéticos” y nombres mucho más de reír. Se endosan el venerable nombre de la “virtud”, alzan las cejas, arrugan las frentes, se dejan crecer las barbas y dan vueltas ocultando con sus falsos disfraces sus rastreras costumbres, parecidos más que nada a los actores de la tragedia: si se les quitan las máscaras y la túnica bordada en oro quedaría un hombrecillo ridículo que cobra la función a siete dracmas.
Siendo ésta su calaña, desprecian a todos los hombres y cuentan cosas peregrinas sobre los dioses. Reúnen a jóvenes fáciles de engañar, ponen en escena la muy sonada “virtud” y enseñan sus argucias verbales. Ante sus discípulos celebran sin cesar la continencia, la templanza, la autosuficiencia, y rechazan el dinero y el placer, pero cuando se quedan solos… ¿qué podría describir todo lo que comen, los placeres de la carne a que se dan o cómo limpian a lametazos hasta la mugre de los óbolos?
Y lo más grave es que no haciendo nada provechoso ni en público ni en privado y siendo inútiles y superfluos y no figurando nunca ni en la guerra ni en la asamblea, acusan a los demás con provisión de palabras amargas, maquinan nuevas injurias, reprochan y calumnian al prójimo. De ellos parece llevarse la palma el que grite más alto y sea más desvergonzado y atrevido a la hora de difamar. Y si se preguntara al que con tanto tesón grita y acusa a los demás: “Y tú, ¿a qué te dedicas? ¿Qué provecho diremos, en nombre de los dioses, que traes tú a la vida?”, respondería, si quisiera decir la verdad: “Navegar, labrar la tierra, ir a la guerra o practicar un oficio me parece enteramente superfluo: yo me dedico a graznar, a ir polvoriento, a bañarme en agua fría y a pasear descalzo en invierno, a llevar un manto asqueroso y, como Momo, a calumniar lo que hacen los demás. Si algún vecino ha comprado suntuosas viandas o tiene una amiga, me pongo a chismorrear y me indigno. Pero si un amigo o compañero yace enfermo, necesitado de atención y cuidado, lo ignoro.”

Luciano de Samósata; Relatos fantásticos; Alianza Editorial 1998 pp.111-112



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