Taoísmo y confucianismo
Quizá el auge del confucianismo en China y su oposición al taoísmo es la mejor carta de credibilidad para el Tao Te Ching: de alguna manera, si este libro propone una vía yin o femenina para el «éxito» está sembrando el camino para que también surja una opción yang, más directa y agresiva. Pero la oposición entre ambas escuelas, que constituyen dos filones constantes para comprender la cultura viva más antigua del planeta, no es total, al contrario de lo que pudiera pensarse. Se diría más bien que es como si una fuera el complemento de la otra. Por usar los términos chinos, al taoísmo le correspondería el aspecto yin y al confucianismo el aspecto yang del todo único que es la concepción china de la vida y el mundo.
En el campo social podría decirse que si el confucianismo es la filosofía de los que han «triunfado» o esperan triunfar, el taoísmo es la de quienes han fracasado o han conocido la amargura y la vacuidad del éxito. Si se quiere concretar en tipos humanos, el producto del confucianismo sólo podía ser el funcionario consagrado a su trabajo, un profesional plenamente integrado en el medio social. Fruto del taoísmo sería, por el contrario, el individuo soñador e inconformista, el vagabundo tan amigo de la naturaleza y de la bruma como de la embriaguez lírica. Y si ambas escuelas de pensamiento forman el árbol único del saber chino, por la misma razón los dos tipos humanos pueden convivir en una misma persona. El funcionario confuciano —y su equivalente moderno, el occidental que vive volcado en su trabajo—, cumplidos sus deberes oficiales puede dedicarse a la meditación taoísta, a prácticas de control de la respiración, a ejercicios sexuales que incrementen su nivel de conciencia o a buscar en el vino no la simple embriaguez, sino la elevación mística. Por algo en China se dice que el hombre perfecto es «confuciano de día, taoísta de noche».
En su vertiente más mundana, el taoísmo se entendió como una ideología permisiva de lo «privado», contrapuesto a lo «público», regulado por rígidos principios confucianos. El ideal de encontrar la llamada «vía de en medio» entre ambas es la base de lo que suele definirse como sabiduría china.
Ahora bien, si un aire fresco aporta desde su lejano nacimiento el Tao Te Chíng a la humanidad es su apuesta, bella y profunda, por la vía yin. Quienes buscan la salvación del individuo antes que la del grupo, quienes, por uno u otro motivo, han perdido comba en la sociedad o han visto rota su ambición, tienen en el Tao Te Ching una ayuda inestimable para seguir viviendo. Filosofía para perdedores, se ha dicho en más de una ocasión con desprecio. Filosofía para quienes saben que nada es permanente —empezando por el triunfo y la derrota— y aspiran a entrever la unidad tras el velo de sus engañosos flujos.
En el campo social podría decirse que si el confucianismo es la filosofía de los que han «triunfado» o esperan triunfar, el taoísmo es la de quienes han fracasado o han conocido la amargura y la vacuidad del éxito. Si se quiere concretar en tipos humanos, el producto del confucianismo sólo podía ser el funcionario consagrado a su trabajo, un profesional plenamente integrado en el medio social. Fruto del taoísmo sería, por el contrario, el individuo soñador e inconformista, el vagabundo tan amigo de la naturaleza y de la bruma como de la embriaguez lírica. Y si ambas escuelas de pensamiento forman el árbol único del saber chino, por la misma razón los dos tipos humanos pueden convivir en una misma persona. El funcionario confuciano —y su equivalente moderno, el occidental que vive volcado en su trabajo—, cumplidos sus deberes oficiales puede dedicarse a la meditación taoísta, a prácticas de control de la respiración, a ejercicios sexuales que incrementen su nivel de conciencia o a buscar en el vino no la simple embriaguez, sino la elevación mística. Por algo en China se dice que el hombre perfecto es «confuciano de día, taoísta de noche».
En su vertiente más mundana, el taoísmo se entendió como una ideología permisiva de lo «privado», contrapuesto a lo «público», regulado por rígidos principios confucianos. El ideal de encontrar la llamada «vía de en medio» entre ambas es la base de lo que suele definirse como sabiduría china.
Ahora bien, si un aire fresco aporta desde su lejano nacimiento el Tao Te Chíng a la humanidad es su apuesta, bella y profunda, por la vía yin. Quienes buscan la salvación del individuo antes que la del grupo, quienes, por uno u otro motivo, han perdido comba en la sociedad o han visto rota su ambición, tienen en el Tao Te Ching una ayuda inestimable para seguir viviendo. Filosofía para perdedores, se ha dicho en más de una ocasión con desprecio. Filosofía para quienes saben que nada es permanente —empezando por el triunfo y la derrota— y aspiran a entrever la unidad tras el velo de sus engañosos flujos.
Extraido de: JOSAN RUIZ TERRÉS en Introducción a “EL LIBRO DEL TAO” RBA Editores