Señor Aa el antifilósofo nos envía este manifiesto
¡Vivan los sepultureros de la combinación!
Todo acto es un disparo de revólver cerebral -el gesto insignificante o el movimiento decisivo son ataques (abro el abanico de nocauts para la destilación del aire que nos separa)- y con las palabras depositadas en el papel entro, solemnemente, hacia mí mismo.
En la cabellera de las nociones planto mis 60 dedos y sacudo brutalmente colgaduras, los dientes, los cerrojos de las articulaciones.
Cierro, abro, escupo. ¡Atención! Ahora es el momento de decirles que mentí. Si hay un sistema en la falta de sistema -el de mis proporciones-, yo nunca lo aplico.
Es decir que miento. Miento aplicándolo, miento no aplicándolo, miento cuando escribo que miento pues no miento -pues he vivido el espejo de mi padre- escogido entre los atractivos del baccarat -de ciudad en ciudad- pues yo mismo nunca he sido yo mismo -pues el saxofón lleva como rosa el asesinato del chófer visceral- es de cobre sexual y hojas de carreras. Así tamborileaba el maíz, la alarma y la pelagra en donde crecen las cerillas.
Exterminación. Sí naturalmente.
Pero no existe. Yo: mezcla cocina teatro. ¡Que vivan los camilleros con convocaciones de éxtasis!
La mentira es éxtasis -aquello que rebasa la duración de un segundo- no hay nada que no lo rebase.
Los idiotas empollan el siglo -vuelven a empezar algunos siglos después- los idiotas permanecen en el círculo durante diez años -los idiotas se balancean en el cuadrante de un año- yo (idiota) me quedo ahí cinco minutos.
La pretensión de la sangre de esparcirse en mi cuerpo y mi acontecimiento el azar de color de la primera mujer que toqué con mis ojos en esos tiempos tentaculares. El más amargo bandolerismo es acabar su frase pensada. Bandolerismo de gramófono, pequeño espejismo antihumano que amo en mí mismo -porque lo creo ridículo y deshonesto. Pero los banqueros de la lengua siempre recibirán su pequeño porcentaje de la discusión. La presencia de un boxeador (por lo menos) es indispensable para el encuentro -los afiliados de una banda de asesinos dadaístas han firmado el contrato de self-protección para las operaciones de ese género. Su número era muy reducido -la presencia de un cantante (por lo menos) para el dúo, de un firmante (por lo menos) para el recibo, de un ojo (por lo menos) para la vista-, siendo absolutamente indispensable.
Pongan la placa fotográfica del rostro en baño de ácido.
Las conmociones que la sensibilizaron se volverán visibles y les sorprenderán.
Dénse a sí mismos un puñetazo en la cara y caigan muertos.
Todo acto es un disparo de revólver cerebral -el gesto insignificante o el movimiento decisivo son ataques (abro el abanico de nocauts para la destilación del aire que nos separa)- y con las palabras depositadas en el papel entro, solemnemente, hacia mí mismo.
En la cabellera de las nociones planto mis 60 dedos y sacudo brutalmente colgaduras, los dientes, los cerrojos de las articulaciones.
Cierro, abro, escupo. ¡Atención! Ahora es el momento de decirles que mentí. Si hay un sistema en la falta de sistema -el de mis proporciones-, yo nunca lo aplico.
Es decir que miento. Miento aplicándolo, miento no aplicándolo, miento cuando escribo que miento pues no miento -pues he vivido el espejo de mi padre- escogido entre los atractivos del baccarat -de ciudad en ciudad- pues yo mismo nunca he sido yo mismo -pues el saxofón lleva como rosa el asesinato del chófer visceral- es de cobre sexual y hojas de carreras. Así tamborileaba el maíz, la alarma y la pelagra en donde crecen las cerillas.
Exterminación. Sí naturalmente.
Pero no existe. Yo: mezcla cocina teatro. ¡Que vivan los camilleros con convocaciones de éxtasis!
La mentira es éxtasis -aquello que rebasa la duración de un segundo- no hay nada que no lo rebase.
Los idiotas empollan el siglo -vuelven a empezar algunos siglos después- los idiotas permanecen en el círculo durante diez años -los idiotas se balancean en el cuadrante de un año- yo (idiota) me quedo ahí cinco minutos.
La pretensión de la sangre de esparcirse en mi cuerpo y mi acontecimiento el azar de color de la primera mujer que toqué con mis ojos en esos tiempos tentaculares. El más amargo bandolerismo es acabar su frase pensada. Bandolerismo de gramófono, pequeño espejismo antihumano que amo en mí mismo -porque lo creo ridículo y deshonesto. Pero los banqueros de la lengua siempre recibirán su pequeño porcentaje de la discusión. La presencia de un boxeador (por lo menos) es indispensable para el encuentro -los afiliados de una banda de asesinos dadaístas han firmado el contrato de self-protección para las operaciones de ese género. Su número era muy reducido -la presencia de un cantante (por lo menos) para el dúo, de un firmante (por lo menos) para el recibo, de un ojo (por lo menos) para la vista-, siendo absolutamente indispensable.
Pongan la placa fotográfica del rostro en baño de ácido.
Las conmociones que la sensibilizaron se volverán visibles y les sorprenderán.
Dénse a sí mismos un puñetazo en la cara y caigan muertos.
Extraido de: Tristan Tzara; Siete manifiestos dada; Tusquets Editores