La experiencia cotidiana como experiencia antiestética: en el flujo del samsara.
Hemos decidido dar un giro a la temática de nuestros posts, si hasta ahora nos hemos dedicado a analizar ciertos fenómenos político y propagandísticos propios de las democracias burguesas en los próximos post vamos a intentar exponer algunas consideraciones sobre esa disciplina filosófica llamada estética.
La pregunta que funda la estética como reflexión es, a nuestro entender, la siguiente: ¿cuál es la naturaleza del placer estético? o, en otras palabras, ¿de dónde surge el placer de contemplar lo bello? La pregunta por su simpleza puede pasar inadvertida a las personas poco indagadoras pero la razón del placer estético no es nada obvia aunque, este sentimiento es, irónicamente, bastante cotidiano en cualquier persona medianamente sensible. Efectivamente, es lógico y razonable que sintamos placer al contemplar una comida cuando tengamos hambre, mucho más lógico que sintamos placer al consumir esa comida, aquí son los meros apetitos instintivos del hombre como ser biológico los que refuerzan una conducta determinada; sin embargo no es evidente, al menos en principio, la razón por la que lo bello nos atrapa y cautiva. La primera ciencia que se desarrolló, con una perfección asombrosa para los primitivos hombres que la fundaron, fue la astronomía (indiferenciable en un primer momento de la astrología) ¿acaso es aventurado pensar que el nacimiento de esta disciplina es desligable de la contemplación que estos primitivos hombres hicieron del cielo nocturno..? Y seguimos haciendo la misma pregunta ¿por qué? No podemos argüir un placer material, ni interesado en la contemplación de las estrellas, de un paisaje, de la inmensidad del mar; podemos justificar pero no explicar esa obsesiva “pérdida de tiempo” de un hombre primitivo que lucha día a día por la subsistencia pero que a la vez decora las paredes de su choza, sus armas, su cuerpo...¿de dónde, pues, nace ese sentimiento, ese amor a lo bello en el hombre?
Para responder a esta pregunta debemos diferenciar entre el estado cotidiano de lo “no-estético” y el estado estético; una vez definido ese estado vulgar y cotidiano en el que la contemplación estética está ausente podremos comprender, por oposición, ese otro estado más sublime al que llegamos en la contemplación de lo bello. Aquí llegamos a la explicación del título de nuestro post de hoy: el estado de nuestra existencia cotidiana es consciente o inconscientemente un estado de disociación, de dicotomía, en definitiva, de oposición. El deber moral (con la familia, trabajo, estudios, sociedad etc.) se opone a la felicidad entendida como las puras pulsiones del yo; el afecto se opone a la razón; lo que somos a lo que queremos ser; la carne al espíritu; nuestros sueños con la ruda realidad... Este estado, similar al de una víctima de Procusto en su lecho, es el que algunos budistas definen como samsara: el flujo infinito de lo real, del deseo a la saciedad y de la saciedad otra vez al deseo y vuelta a empezar.
Algún lector argumentará que estas oposiciones no deben o no tienen porque ser tales; la reconciliación de los opuestos es una de las metas y de las construcciones vitales más elevadas en las personas autorrealizadas (véase la obra de A. Maslow). Esto es, realmente, así pero el hecho de que esa reconciliación se presente como meta o aspiración muestra precisamente su carácter de artificiosa construcción, de desiderátum... Lo real, por lo tanto, no es, prioritariamente al menos, reconciliación sino oposición y dicotomía; y aunque no neguemos que esa reconciliación sí se presenta como ideal a seguir e incluso, en algunos momentos, como ideal alcanzado lo esencial sigue siendo que, en palabras de Heráclito, “la guerra es la madre de todas las cosas”.
Una vez que hemos mostrado la naturaleza de la experiencia cotidiana no-estética como estado en el que las dicotomías no están resueltas en el próximo artículo "La experiencia estética como éxtasis"(link), de la mano de las teorías estéticas de Hegel, Schopenhauer y Nietzsche, analizaremos la experiencia de lo bello, en contraposición a lo visto aquí, como experiencia de unidad y armonía.