El arte va desnudo: Koko contra Willem de Kooning
Hace unos días descubrí una página en donde se propone al visitante un sencillo juego: entre nueve “obras de artes” ¿sabrías distinguir aquella que vale más de un millón de euros de las que no valen siquiera mil? Debo confesar que fallé pero no es eso lo mejor, lo mejor es que entre las nueve pinturas uno está pintada por Koko... ¡un gorila! No quiero resultar hiriente, tengo una formación universitaria y me considero una persona medianamente sensible y no encontré la diferencia entre la otra de Koko y la obra de un tal Willem de Kooning que el Guggenheim de Bilbao compró por ¡2,27 millones de euros! Aquí están dos “obras de arte” de estos dos creadores:
¿Podrías distinguir la Kokopintura del cuadro del autor cuyas obras son expuestas en los más renombrados museos de arte contemporaneo del mundo? Yo tampoco... pensandolo bien prefiero la obra de Koko, un animal con una inteligencia limitada, que la estafa manifiesta de este Willem. Una, muestra como en los animales late la capacidad de realizar composiciones de colores más o menos armoniosa, nos acerca a la naturaleza y nos recuerda el parentesco que tenemos con los animales; la otra "obra" muestra hasta donde puede llegar el snobismo, la paparrucha y la pseudointelectualidad... y ahora que lo pienso ¡también en lo que se gastan nuestros impuestos!
En posts anteriores analicé como la esencia del arte es el intento de conciliación de opuestos y como dos de esas oposiciones esenciales eran: la sensibilidad frente al intelecto y los cánones sociales frente a la originalidad del genio artístico. Denominé al arte que prima la comprensión frente al deleite estético como “arte intelectual” y al arte que prima la originalidad frente a la inteligibilidad “arte originalista” o “arte esnobista”. Bajo este doble rótulo cae la mayoría de la producción pictórica actual: es un arte que debe “entenderse” y no disfrutarse y es un arte sólo apropiado a una supuesta élite cultural. La historia pasará sobre este arte de museo y prefabricado no dejando tras de sí más que el estruendo de una carcajada. El verdadero arte nunca ha sido un arte de elite ni de populacho sino que precisamente ha sido arte por englobar en su goce a las categorías de lo humano más dispares. El flamenco o el jazz produce deleite a los grupos sociales más deprimidos y al crítico más exigente. Cuando el arte no atrae a las élites intelectuales de un país se muestra un arte vulgar, sensiblero e incluso, en ocasiones, zafio. Cuando el arte no eleva el espíritu de los elementos más desfavorecidos de una sociedad se torna en un arte de camarilla, esnob, muerto y clasista.
He puesto algunos ejemplos de ese arte que concilia las diferencias entre clases pero hay, afortunadamente, muchos más: el cine, la música popular, la fotografía, novelas etc. En todos estos géneros de arte cabe tanto la vulgaridad como el esnobismo pero por lo general una pequeña parte de esa producción llega a la categoría de lo verdaderamente artístico superando esas oposiciones sociales.
“Había una vez un rey muy presumido que quería hacerse un traje nuevo, para esto contrató a dos sastres famosos y hábiles. El día que debían entregarle al monarca su traje le llevaron a su probador y le dijeron “Majestad este traje es muy especial sólo pueden verlo las personas inteligentes, gracias a él descubriréis cuál de vuestros súbditos es un ignorante y cuál no lo es”. El rey miró el traje sin ver nada pero pensó: “Soy un ignorante, si lo digo ¿cuánto tiempo duraré como rey? debo simular y hacer como que lo veo”. Así que el rey hizo como si se vistiera con el traje aún sin verlo, fue al salón del trono y todos sus ministros, que ya sabían que sólo los inteligentes verían el traje, celebraron la belleza del nuevo traje real. Finalmente salió al pueblo, todos los aldeanos veían al rey desnudo pero nadie quería ponerse en evidencia, también ellos sabían que sólo los lerdos e ignorantes serían incapaces de ver el nuevo traje... El rey paseó con su traje pomposamente por el pueblo hasta que un niño al verlo gritó: “¡¡El rey va desnudo!!”. Todos los súbditos, el rey y sus ministros descubrieron el engaño...por que efectivamente nadie veía el traje del rey: el rey iba desnudo.”
He escuchado en varias ocasiones este cuento en relación al arte moderno: el arte pictórico actual va desnudo. Sólo la presunción, sólo la ignorancia, sólo ese “creer que se cree” permite que se paguen millones de euros de nuestros impuestos a unos pintamonas que como los sastres del rey engañan a todos menos a los que no tienen miedo de ser tachados de ignorantes. Por que, efectivamente, hoy el gusto artístico está más secuestrado que nunca, hoy la disensión con el establishment del arte se paga ganándote el rótulo de “ignorante” o “es que tu no lo entiendes” o “está por encima de tus posibilidades”... Estos vanguardistas, estos autores undergroud muestran con este desprecio a la opinión mayoritaria su verdadera naturaleza intolerante. No crítico ni estoy agrediendo intelectualmente a aquellos que encuentran placer (para mi un placer ficticio pero quizás, ¿quién sabe?, para ellos un placer sincero) en estas pinturas, construcciones y decostrucciones, solamente reivindico, una vez más, el pensamiento diferente, la posibilidad de disentir de los criterios totalizantes sin ser transformado por el discurso “políticamente correcto” en un paria, en un imbécil o en un radical.
Como el niño que no temía ni la ira del rey ni la risa de sus vecinos, yo también digo:”¡El rey va desnudo!”.