El enemigo
Toda organización política de la que tenemos conocimiento histórico se ha constituido necesariamente frente a otra comunidad. El concepto de “el enemigo” es un concepto que corre parejo a cualquier construcción política. Comunismo contra capitalismo; cristianismo medieval frente al Islam; nazismo contra judaísmo; romanos frente a bárbaros... Podríamos continuar citando cientos de ejemplos como los anteriores. Aunque creemos comprender las profundas razones ideológicas por las un grupo o colectivo se construyen en la oposición a otro no entraremos en un análisis que debería empezar casi desde lo antropológico y lo psicológico; en este post nos ceñiremos a la evidencia de este hecho y a su análisis.
Lo primero que cabe ver en esta construcción del concepto de el enemigo son los múltiples elementos irracionales que se introducen en el proceso; si el proceso de creación del enemigo hubiese que definirlo con dos adjetivos estos sería, a nuestro entender, irracional y homogenizante. La construcción del enemigo es casi mitológica y no sujeta a revisión o reformulación (al menos consciente) sino que se da por dada; pertenecer a un grupo determinado tiene como condición sine qua non el reconocer como enemigo, como rival, como sujeto beligerante al mismo que considere nuestro grupo. De aquí el carácter irracional e irreflexivo de esta construcción.
El carácter homogenizante viene dado por el hecho de que ese enemigo es indiferenciable: los enemigos forman un todo global y homogéneo. Los rasgos que los homogenizan son también de carácter completamente irracional: el rasgo de la avaricia para los judíos en el ideario nazi, de la brutalidad para el bárbaro en el ideario del Imperio Romano, de la inhumanidad para el indígena en el ideario colonial... Rasgos que si tienen alguna motivación sociológica es una motivación lejana, obscura y no justificable, rasgos que, por supuestos, son propios de todos los elementos de esa categoría indistintamente.
El enemigo, finalmente, encarna el mal absoluto el mal total. Todo mal es producido por el enemigo o depende de su intervención en mayor o menor medida. El argumento yanki de la guerra fría " si no existiera el enemigo soviético no nos veríamos forzados a invertir tanto en industria armamentística y podríamos invertir más en política social" expone perfectamente lo que queremos decir: los recortes sociales de una organización política militarista no están causados por el deseo de ese gobierno imperial de predominio y control militar sino por la necesidad irrenunciable de precaverse contra los soviéticos.
Esta actitud de unificar el mal en una realidad abstracta llamada enemigo es fiel al principio de transposición de Goebbels. Por otro lado, la homogeneidad característica del enemigo viene dada por la primera y segunda ley de la propaganda de Goebbels, respectivamente ley de simplificación y ley de método por contagio; el carácter irracional e incontrastable de los rasgos diferenciadores del enemigo encuentra paralelismo en la cuarta ley, de exageración y deformación, y en la décima, ley de transfusión(véase este post anterior). Como hemos visto la dialéctica propagandista no es, desgraciadamente, un hecho actual aunque sí, indudablemente, se ha radicalizado con las herramientas de producción de información como ya expresamos en un post anterior.
En la próxima actualización trataremos como construyen las democracias burguesas ese concepto de enemigo: el antidemócrata.
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