martes, mayo 20, 2008

Relación entre la ética y la estética según Schiller

En este trabajo voy a exponer las ideas de Friedrich Schiller sobre la relación entre arte y ética sobre todo basándome en sus obras "Sobre lo patético" (1793), "Sobre los límites necesarios en el uso de las formas bellas" (1795) y "Sobre el provecho moral de las costumbres estéticas" (1796).

Para empezar Schiller explica, desde una perspectiva ética muy deudora de la kantiana, que el juicio moral provoca aprobación mientras que el juicio estético produce en el espectador placer; por esto distingue Schiller entre un origen fundamentalmente racional de los juicios morales y un origen fundamentalmente sensible de los juicios estéticos. La aprobación moral se produce cuando el sujeto observa un acto realizado en contra de los instintos y no sólo contrario a los instintos sino incluso, llega a decir Schiller, un acto impuesto sobre los instintos. El placer estético, por contra, acontece cuando el observador contempla un acto que se realiza libre de los instintos entendidos como coerción, es decir, un acto de la libre voluntad. Mientras que el juicio moral espera una imposición de lo racional el juicio estético busca la libertad incondicionada de la voluntad.

Cuando un acto es considerado grato tanto moral como estéticamente se produce una coincidencia casual es decir que agrada en cada uno de los casos de un modo distinto. Por ejemplo, el hecho de que Leónidas se quedase en Termópilas es aprobado éticamente como un acto que impone al instinto de autoconservación el cumplimiento del deber; estéticamente, sin embargo, agrada porque en esta acción Leónidas muestra una voluntad libre de consideraciones externas más que ella misma, su voluntad libre de permanecer se impone incluso al natural deseo de conservar con vida.

A pesar de esta coincidencia podemos encontrar ejemplos en donde la aprobación moral y el placer estético no van unidos. Un ejemplo claro es la figura romántica del pirata. Moralmente no podemos aprobar la conducta de un salteador de barcos y de un ladrón pero estéticamente esta figura tiene un alto valor toda vez que encarna una vida libre de cualquier atadura convencional. El juicio estético, lo vemos claramente en este ejemplo, valora la manifestación de la libertad abstracta de la voluntad mientras que el juicio moral la imposición del deber sobre lo instintivo.

En este sentido llega a decir Schiller que la representación artística lograda debe huir de añadir al deleite estético la aprobación moral ya que el espectador quedará confundido en la observación de la obra y tanto el deleite estético como la aprobación moral se estorbarán mutuamente al empujar al ánimo del espectador hacia dos direcciones, sino opuestas, al menos sí diferentes.

"Ni siquiera de las más sublimes expresiones de la virtud puede sacar provecho el poeta para sus propósitos, más que de lo que en ellas haya de fuerza. Por la orientación de esa fuerza no tiene que preocuparse. El poeta, por mucho que exponga ante nosotros los modelos morales más perfectos, no tiene otra meta, y no puede tener otra, que deleitarnos con la observación de aquellos."
F. Schiller; Escritos breves sobre Estética. "Sobre lo patético"; Editorial Doble J; p. 22.


La poesía, el arte no puede más que evocar en el espectador la posibilidad de la libertad del ánimo pero esta vigorosa voluntad también puede encaminarse hacia el bien como hacia el mal ya que como constata Schiller el hombre cumplidor del deber a veces carece de ese heroísmo de la voluntad que posee el malvado que tiene que luchar para imponer sus deseos contra la sociedad y las convenciones al uso mientras que el "buen hombre" suele cumplir su deber, cosa siempre encomiable moralmente hablando, entre las comodidades de las que disfruta todo pequeño burgués.

A pesar de lo dicho no debemos creer que Schiller caiga en el esteticismo propugnando la superioridad de lo estético sobre lo ético, él sólo se limita a dejar constancia de que la moral y lo estético pertenecen a campos diferentes. Tanto es así que en sus ensayos vuelve a insistir una y otra vez en los peligros de una educación meramente estética. En primer lugar el placer estético es un placer contemplativo en donde el espectador se dedica a observar. Ni siquiera el artista se dedica al mero observar pero una educación estética superficial que prime el acto contemplativo sobre la actividad forjará, a juicio de Schiller, caracteres débiles y poco dados al esfuerzo. Lo bello requiere contemplación, lo verdadero estudio y esta es la diferencia entre el genio y el diletante estético. Mientras que el genio penetra en la verdad estética gracias al esfuerzo, el diletante o, podríamos llamarlo, esteta se queda en la superficialidad de la creación estética no siendo capaz de ir más allá de esa superficialidad en su actividad creadora que se torna mera imitación sin vigor.

Por otra parte para poder hablar, en sentido estricto, de un comportamiento moral en un hombre su voluntad debe estar libre de los impulsos de los sentidos, que esta independencia absoluta sea algo irrealizable en la práctica no le quita ni un ápice de su valor como ideal; sin embargo, el gusto estético lo que promueve, precisamente, es estrechar lo más posible los lazos entre el entendimiento y los sentidos. Cuando la razón moral y la emoción persiguen intereses idénticos nadie duda de que la educación estética pueda servir de apoyo a la formación moral pero cuando entran en conflicto y mantienen intereses distintos una mera educación estética hará que el sujeto tienda más a satisfacer la emoción que el deber moral.

Un ejemplo de lo anterior es el amor. El estado de enamoramiento nos puede impulsar a heroísmos que el juez moral más estricto nos reclamaría en vano. El amor humilla hasta el más terrible enemigo de la moral: el egoísmo; en el altar del amor estamos dispuestos a renunciar a todo lo que somos y nos pertenece. Pero ¿qué ocurre cuando para satisfacer una exigencia del amor debemos quebrantar alguna ley moral? ¿No nos instiga también el amor subterfugios mediante los que deshacernos del yugo del deber? ¿Acaso en el amor la sensibilidad no se autoerige como juez absoluta de nuestra voluntad incluso por encima del deber? Si nuestro espíritu no está firmemente asentado en las máximas del deber, la sensibilidad podrá inflamarlo con cada rapto de nuestra imaginación. De este ejemplo podemos colegir con Schiller que la persona de una sensibilidad depurada y con una mente ágil es capaz de hallar excusas y motivos para el obrar indigno allí donde el simple no ve más que inmoralidad y quebranto del deber natural:

"Una persona de gusto refinado es capaz en esta obra de una corrupción moral de la que el tosco hijo de la naturaleza, con toda su tosquedad, queda preservado. A propósito de este último, la distancia entre lo que el sentido reclama y lo que la obligación impone es tan sangrante y llamativa, y sus deseos tienen tan poco de espirituales que nunca consiguen revestirse de consideración aunque le dominen de un modo tan despótico. No obstante, si la pujante sensualidad le incita a obrar de un modo injustificado, puede sucumbir a la tentación pero no se ocultará a sí mismo que ha errado, y en el mismo instante se someterá a la razón si ha actuado contra sus preceptos. El refinado pupilo del arte, por el contrario, no tolera equivocarse, y para apaciguar su conciencia prefiere embaucarla. A él le gusta ceder a la apetencia, aunque sin desmerecerse por ello a sí mismo."
F. Schiller; Escritos breves sobre Estética. "Sobre los límites necesarios en el uso de las formas bellas"; Editorial Doble J; pp. 57-58.

A pesar de todo lo dicho anteriormente Schiller considera que la formación de un gusto estético puede favorecer la moralidad en el obrar. Efectivamente, como ya hemos visto más arriba, el juicio estético nunca puede sustituir al juicio moral ya que este reclama para sí todo el poder sobre la voluntad del individuo. Por ejemplo, si alguien rescata a una persona indefensa en busca del impacto estético de su hazaña, seducido por la imagen de valor y arrojo que su acto comporta, etc. lo hace empujado por consideraciones estéticas pero no éticas, actúa conforme al deber pero nunca por deber; por el contrario, si un individuo en igual situación actúa sólo impelido por el sentido de cumplir con el deber podríamos decir que sí actúa de un modo moral. El gusto estético puede coincidir con el juicio moral pero esto es sólo una posibilidad por lo que Schiller propone que se fomente el gusto estético como medio de afianzar el comportamiento moral allí donde sean coincidentes pero sin olvidar que la guía de los actos debe ser la razón moral y no el gusto.

¿De qué utilidad es entonces la formación estética en el actuar moral? Sirve como apoyo, como medio para afianzar la débil trabazón del edificio de la moral que a cada soplo de la sensibilidad parece tambalearse. Con tan frágil estructura, con tantos peligros que acosan al deber no podemos rechazar la ayuda de la que puede proveernos el gusto estético. El gusto es algo así como las costumbres de la corrección o la religión que ayudan con sus estructuras al buen obrar sin ser ellas mismas la moral ni contener en ellas la motivación última del comportamiento justo: el cumplimiento del deber por el deber mismo. Sirva el ejemplo de las "buenas costumbres" y las ideas religiosas también para mostrar como a pesar de su valor coadyuvante en el cumplimiento del deber no contienen la moral misma toda vez que constatamos como las más nobles religiones con los más nobles preceptos se ensucian con las más bajas crueldades o como las más refinadas normas de cortesía encubren miserias e indignidades injustificables moralmente.

En definitiva el valor del gusto y la religión en la moral viene determinado antes por la fragilidad de la naturaleza del hombre que por sus valores por sí mismas.

"Pese a que el valor interior, que no precisaría ni de la excitación de la belleza ni del horizonte de la inmortalidad para comportarse conforme a la razón en todas las circunstancias, ocuparía indiscutiblemente una posición superior en el rango de los intelectos, no obstante, las propias limitaciones ya conocidas de la humanidad obligan al moralista más severo, de un lado, a ceder algo, en la práctica, en el rigor de su sistema, ya que no se le permite hacerlo en la teoría, y de otro, a afianzar más firmemente el bienestar del género humano -el cual quedaría absolutamente desatendido a cargo de nuestra azarosa virtud- en sus anclajes firmes correspondientes, la religión y el gusto."
F. Schiller; Escritos breves sobre Estética. "Sobre el provecho moral de las costumbres estéticas"; Editorial Doble J; pp. 57-58.