lunes, abril 02, 2007

Sueño y realidad según Schopenhauer


Tal como hemos considerado hasta el momento la cuestión relativa a la realidad del mundo externo, ésta siempre partía de una tergiversación de la misma que llegaba hasta el desvarío de la razón y en ese sentido dicha cuestión sólo podía resolverse esclareciendo su contenido. Este problema tenía que solventarse estudiando la esencia global del principio de razón, la relación entre objeto y sujeto, así como la índole específica de la intuición sensible, al no tener ninguna otra significación. Ahora bien, esa cuestión tiene todavía otro origen completamente distinto al indicado hasta ahora y que era puramente especulativo; se trata de un origen propiamente empírico, aun cuando se siga planteando bajo un prisma especulativo y con esa significación tiene un sentido mucho más comprensible que con la primera; se trata de lo siguiente: tenemos sueños, ¿acaso no es toda la vida un sueño? O más precisamente: ¿hay algún criterio fiable para diferenciar entre sueño y realidad, entre fantasmas y objetos reales? Pretender que la intuición soñada tiene menor vivacidad y claridad que la intuición real no merece atención alguna, pues todavía no hay nadie que las haya tenido juntas a las dos para compararlas, sino que sólo puede compararse el recuerdo del sueño con la realidad presente. Kant soluciona así la cuestión: "La conexión de las representaciones entre sí conforme la ley de la causalidad diferencia la vida del sueño". Pero también en el sueño se concepto todo según el principio de razón bajo todas sus formas y esta conexión se rompe entre la vida y el sueño o de un sueño a otro. La respuesta de Kant sólo puede formularse del siguiente modo: el largo sueño (la vida) está siempre interconectado conforme el principio de razón, mas no con los sueños cortos; aunque cada uno de éstos tiene dentro de sí la misma conexión, entre ellos y el largo sueño de la vida el puente se interrumpe, y por eso cabe diferenciarlos. Sin embargo, dirimir conforme a este criterio si algo se ha soñado o ha ocurrido sería muy difícil y con frecuencia resultaría sencillamente imposible, pues de ningún modo estamos en situación de recorrer la cadena causal, eslabón por eslabón, entre cada acontecimiento vivido y el instante presente, mas no por ello los consideramos como soñados. Por ello en la vida real no suele emplearse este tipo de indagación para distinguir el sueño de la realidad. El único criterio seguro para diferenciar el sueño de la realidad no es de hecho otro que el criterio totalmente empírico del despertar, por medio del cual la conexión causal entre los acontecimientos soñados y los de la vida en vigilia se interrumpe tan explícita como palpablemente. La observación que Hobbes hace en el capítulo 2 del Leviatán aporta un excelente ejemplo a este respecto: tras haberlos tenido solemos tomar fácilmente por realidad a los sueños, indeliberadamente, cuando hemos dormido vestidos, pero sobre todo cuando a ello se añade que alguna empresa o algún proyecto invade todos nuestros pensamientos y nos preocupa dentro del sueño tanto como en la vigilia; en esos casos el despertar se percibe en tan escasa medida como el adormecer y el sueño fluye conjuntamente con la realidad hasta confundirse con ella. Entonces sólo subsiste la aplicación del criterio kantiano; sin embargo, si como suele ocurrir con frecuencia, no cabe constatar en absoluto la conexión causal o su ausencia, entonces ha de quedar siempre sin resolver si un suceso se soñó o si ocurrió realmente. Aquí se revela de hecho el estrecho parentesco entre la vida y el sueño; también debería avergonzarnos admitir este parentesco, toda vez que ya se ha visto reconocido y proclamado por las mentes de mayor ingenio. Los Vedas y los Purana no conocen mejor comparación que la del sueño, que utilizan tan profusamente, para el conocimiento global del mundo real, al que dan en llamar "Velo de Maya". Platón reitera con frecuencia que los hombres viven en sueños y que únicamente el filósofo se esfuerza en mantenerse despierto. Píndaro dice que "el hombre es la sombra de un sueño"; Sófocles dice: "Veo que , mientras vivimos, no somos otra cosa que espectros y una sombra fugaz". El gran Shakespeare dejó escrito lo siguiente: "Somos del mismo material / con que se tejen los sueños, y nuestra corta vida / se ve rematada por el dormir". Finalmente Calderón se hallaba tan hondamente impresionado por esta perspectiva que intentó expresarla en un drama de corte metafísico titulado La vida es sueño.

Tras citar a estos poetas, se me permitirá recurrir a una metáfora. La vida y los sueños son hojas de uno y el mismo libro. Leerlo de corrido equivale a la vida real. Pero algunas veces, cuando acaban las horas de lectura (el día) y llega el tiempo de reposo, seguimos hojeando ese libro sin orden no concierto, abriéndolo al azar por una u otra de sus páginas; con frecuencia se trata de una página ya leída y en otras ocasiones de una página desconocida, pero siempre son páginas de uno y el mismo libro. Así, una página aislada no guarda trabazón alguna con una lectura consecuente de principio a fin, mas no por ello queda muy a la zaga de ésta, si se piensa que también el conjunto de la lectura consecutiva comienza y acaba de improviso, con lo cual cabe considerarla como una sola página un tanto más extensa.


Así pues, aunque los sueños individuales estén separados de la vida real porque no se insertan en la conexión de la experiencia que atraviesa continuamente la vida y el despertar marca esa diferencia, con todo esa conexión de la experiencia pertenece a la vida real como una forma suya y el sueño ha de exhibir por contra también una trabazón dentro de sí. Si adoptamos un punto de vista externo al sueño y a la vida, no se halla una diferencia esencial entre ambos y se impone acordar con los poetas que la vida es un largo sueño.


Si desde este origen empírico, plenamente consistente por sí mismo, retornamos ahora al origen especulativo de la cuestión concerniente a la realidad del mundo externo, entonces habremos descubierto que éste se basa ante todo en una errónea aplicación del principio de razón, también entre sujeto y objeto, así como en la confusión de sus formas, al trasladar el principio de razón del conocimiento hacia el ámbito donde impera el principio de razón del devenir; ahora bien, difícilmente hubiera podido preocupar tan prolongadamente a los filósofos aquella cuestión, si ésta careciera por completo de cualquier contenido verdadero y no escondiera en el fondo algún pensamiento y sentido cabal como su autentico origen, suponiendo así que, al buscar su expresión en la reflexión, fue trastocándose con formas y cuestiones incomprensibles de suyo. Tal es desde luego mi opinión; no se ha sabido encontrar una expresión adecuada para el sentido medular de esa cuestión, que yo quiero reformular así: ¿Qué es este mundo intuitivo al margen de ser mi representación?


Arthur Schopenhauer; El mundo como voluntad y representación; pags. 18-22 traducción de Roberto R. Aramayo