jueves, octubre 30, 2008

Cuando tropieces con la desvergüenza

"Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, de inmediato pregúntate: «¿Puede realmente dejar de haber desvergonzados en el mundo?» No es posible. No pidas, pues, imposibles, porque ése es uno de aquellos desvergonzados que necesariamente debe existir en el mundo. Ten a mano también esta consideración respecto a un malvado, a una persona desleal y respecto a todo tipo de delincuente. Pues, en el preciso momento que recuerdes que la estirpe de gente así es imposible que no exista, serás más benévolo con cada uno en particular. Muy útil es también pensar en seguida qué virtud concedió la naturaleza al hombre para remediar esos fallos. Porque le concedió, como antídoto, contra el hombre ignorante, la mansedumbre, y contra otro defecto, otro remedio posible. Y, en suma, tienes posibilidad de encauzar con tus enseñanzas al descarriado, porque todo pecador se desvía y falla su objetivo y anda sin rumbo. ¿Y en qué has sido perjudicado? Porque a ninguno de esos con los que te exasperas, encontrarás, a ninguno que te haya hecho un daño tal que, por su culpa, tu inteligencia se haya deteriorado. Y tu mal y tu perjuicio tienen aquí toda su base. ¿Y qué tiene de malo o extraño que la persona sin educación haga cosas propias de un ineducado? Procura que no debas inculparte más a ti mismo por no haber previsto que ése cometería ese fallo, porque tú disponías de recursos suministrados por la razón para cerciorarte de que es natural que ése cometiera ese fallo; y a pesar de tu olvido, te sorprendes de su error. Y sobre todo, siempre que censures a alguien como desleal o ingrato, recógete en ti mismo. Porque obviamente tuyo es el fallo si has confiado que tenía tal disposición, que iba a guardarte fidelidad, o si, al otorgarle un favor, no se lo concediste de buena gana, ni de manera que pudiese obtener al punto de tu acción misma todo el fruto. Pues, ¿qué más quieres al beneficiar a un hombre? ¿No te basta con haber obrado conforme a tu naturaleza, sino que buscas una recompensa? Como si el ojo reclamase alguna recompensa porque ve, o los pies porque caminan. Porque, al igual que estos miembros han sido hechos para una función concreta, y al ejecutar ésta de acuerdo con su particular constitución, cumplen su misión peculiar, así también el hombre, bienhechor por naturaleza, siempre que haga una acción benéfica o simplemente coopere en cosas indiferentes, también obtiene su propio fin."

Marco Aurelio; Meditaciones; libro IX párrafo 42

lunes, octubre 27, 2008

La maravillosa vida breve de Oscar Wao (Junot Díaz)

Como he dejado claro en alguna que otra reseña no he sido hasta ahora un lector de autores “actuales”. Como cualquier lector la lista de libros “pendientes de leer” es enorme y entre tanto libro acumulado los clásicos suelen pesar mucho en número y calidad. Estoy abriendo mi actividad lectora a la narrativa actual, aunque por supuesto sin olvidar lo añejo, y el encontrarme con la obra que reseño hoy, “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” de Junot Díaz, me hace comprender que es una apertura positiva. Por que si no hoy en un futuro de diez a veinte años esta obra, si mucho no me equivoco, será un clásico.

Los personajes son dominicanos, latinos, emigrados a los USA, el lenguaje de la novela es, por lo tanto, una suerte de spanglish o de criollo en donde las palabras inglesas se españolizan y las expresiones españolas se americanizan. Sin conocer el original se comprende la dificultad de la traducción que tan valientemente realiza la cubana Achy Obejas. Expresiones como jeva, papichulo, fuking o nerd perlan toda la obra que al principio puede dificultarse por el uso de estas palabras exóticas pero a las que el lector pronto se habitúa.

Óscar Wao es hijo de una mujer horrible, negro, dominicano, obeso y lo peor de todo, obsesionado con la cultura de la ciencia ficción, la fantasía y el rol; es lo que en los EE.UU. llaman un nerd y lo que en España denominaríamos como friki. El amor a Tolkien, Akira, Dune o Lovecraft que siente el personaje es sólo comparable con su deseo de perder la virginidad y su odio a cualquier ejercicio físico. Se ha comparado este personaje con el Ignatius J. Reilly de “La conjura de los necios” sin embargo, aunque las similitudes son muchas, en la obra de Toole el humor es la nota predominante en las andanzas de su personaje y sólo saber el triste fin de su autor empaña esta comicidad; en la obra de Junot, por el contrario, las desventuras de Wao siempre están teñidas por el dramatismo de su búsqueda, la conciencia constante de su frustración, su deseo fracasado de perder la virginidad y el desamor que tiñe todas sus relaciones familiares. El mérito de Junot es esconder tras este deseo simplista de sexo el deseo más profundo de Óscar, el deseo profundo de ser amado; esa búsqueda del amor que tanto le cuesta a nuestro héroe a lo largo de toda la novela, impedida por un poderosa poderosa maldición o fukú que afecta a tres generaciones de la familia de Wao, cohesiona toda la obra y la apuntala con un sublime final.

Entre las vicisitudes de Wao Junot también narra las desventuras de la madre y los abuelos maternos de Óscar; la terrible República Dominicana de Trujillo con su corrupción y su violencia sirven de justo contrapunto a la tristeza densa de la narración principal. La búsqueda de Beli, la madre de Wao, es la misma que la de su hijo, solo que a ella el dolor, en vez de llevarla por la senda de la amargura, le llevó por la senda de la crueldad; la dulce y insumisa niña de los primeros compases del libro se convierte por obra y gracia del sufrimiento y del desamor en una ogresa insensible incapaz de ningún sentimiento medianamente noble. Un libro que no defrauda al lector avalado por varios premios y del que dejo aquí un fragmento en el que se puede apreciar el curioso lenguaje del que hace uso Junot:


“Óscar, Lola le advirtió en varias ocasiones, te vas a morir virgen a menos que comiences a cambiar.

¿No crees que lo sé? Otros cinco años así y te apuesto que alguien trata de ponerle mi nombre a una iglesia.


Córtate el pelo, deshazte de esos espejuelos, haz ejercicio. Y bota esas revistas pornográficas. Son repugnantes, incomodan a Mami, y nunca te van a ayudar a levantar a una muchacha.


Consejos sanos que a fin de cuentas no adoptó. Intentó un par de veces hacer ejercicio, elevaciones de piernas, abdominales, dar vueltas a la manzana de madrugada, ese tipo de cosas, pero se percataba de que todos los demás varones tenían novias y se desesperaba, y volvía otra vez a sumirse en sus Penthouse, en el diseño de calabozos para sus juegos de rol, y en la autocompasión.

Parece que soy alérgico a la actividad. Y Lola dijo: Ja, me parece más bien que eres alérgico a todo tipo de esfuerzo.


No hubiera sido una existencia tan terrible de haber sido Paterson y sus alrededores como Don Bosco o como esas novelas feministas de ciencia ficción de los años setenta que había leído a veces: zonas vedadas a los hombres. Paterson, sin embargo, significaba jevas de la misma manera que NYC significaba jevas, y de la mismita manera que Santo Domingo significaba jevas. Paterson tenía muchachas loquísimas y si esas no te parecía que estaban lo suficientemente buenas, entonces, cabrón, solo era cuestión de seguir pal sur, a Newark, Elizabeth, Jersey City, las Oranges, Union City, West New York, Weehawken, Perth Amboy –una franja urbana que todo el mundo conocía como Negrápolis. En otras palabras, estaba rodeado por todas partes de hembras caribeñas e hispanoparlantes.

Ni siquiera se podía esconder en su propia casa; las amigas de su hermana siempre estaban presentes, como huéspedes permanentes. Cuando estaban cerca, Óscar no necesitaba las Penthouse. Las amigas de Lola no eran tan inteligentes pero estaban requetebuenas: la clase de jevitas latinas que solo salían con morenos musculosos o latino cats que guardaban armas de fuego en la casa. Todas eran miembros del equipo de voleibol, altas y en buena forma, y cuando salían a correr parecían el equipo de campo y pista de un paraíso terrorista. Eran las ciguapas del condado de Bergen: la primera era Gladys, que siempre se quejaba de tener las tetas demasiado grandes, porque de haber sido más pequeñas, quizá sus novios hubieran sido normales; Marisol, que terminaría en el MIT y odiaba a Óscar, pero que era la que a él más le gustaba; Leticia, acabadita
de bajar de la yola, mitad dominicana y mitad haitiana, esa mezcla especial que el gobierno dominicano jura que no existe, y que hablaba con un acento más que pronunciado, ¡una muchacha tan buena que se había negado a acostarse con tres novios consecutivos! No hubiera sido tan terrible si estas jevitas no hubieran tratado a Óscar como al guardia sordomudo del harén, dándole órdenes, mandándolo a hacer todas sus diligencias, riéndose de sus juegos y de su apariencia. Y, para colmo, hablando con todo lujo de detalles de sus vidas sexuales, como si él no existiera. Sentado en la cocina, con el último número de la revista Dragon en sus manos, les gritaba: Si no se han dado cuenta, hay un ser humano masculino presente.

¿Dónde?, Marisol decía con indiferencia. Yo no lo veo.


Y cuando se quejaban de que a los muchachos latinos solo les gustaban las blancas, siempre se ofrecía: A mí me gustan las hispanas. A lo que Marisol siempre respondía con muchísima condescendencia, Bárbaro, Óscar, bárbaro, salvo que no hay una hispana que quiera salir contigo.

Déjalo tranquilo, le contestaba Leticia. Yo creo que eres muy simpático, Óscar.


Ay, sí, por supuesto, decía Marisol, riéndose y volteando los ojos. Tú verás que ahora escribe un libro sobre ti.


Estas eran las Furias de Óscar, su panteón personal, las muchachas con quienes más soñaba, las que se imaginaba cuando se hacía la paja y a las que, con el tiempo, empezó a incluir en sus historias. En sus sueños siempre las estaba salvando de extraterrestres o había vuelto al barrio, rico y famoso –¡Es él! ¡El Stephen King dominicano!–, y entonces Marisol aparecería, llevando cada uno de sus libros para que él los firmara. Por favor, Óscar, cásate conmigo. Óscar, haciéndose el papichulo: Lo siento, Marisol, yo no me caso con putas ignorantes (pero, bueno, por supuesto que lo haría). Todavía miraba a Maritza de lejos, convencido de que algún día, cuando cayeran las bombas nucleares (o estallara la peste o invadieran los trípodes) y la civilización desapareciera, la rescataría de una ganga de espíritus necrófagos que irradiaban luz y juntos atravesarían una América devastada en busca de un mañana mejor. En estos ensueños apocalípticos (que había comenzado a anotar) él siempre era una especie de Doc Savage aplatanado, un supergenio que combinaba una maestría de talla mundial en las artes marciales con un dominio letal de las armas de fuego. No era poco para un muchacho que jamás en su vida había disparado con un rifle de aire, lanzado un piñazo o alcanzado más de la mitad de los puntos necesarios en las pruebas para entrar a la universidad.”

Junot Díaz; La maravillosa vida breve de Óscar Wao; Editorial Mondadori, pp. 36-38.

Sé feliz

viernes, octubre 24, 2008

Instrúyelos o sopórtalos

Los hombres han nacido los unos para los otros. Instrúyelos o sopórtalos.

Marco Aurelio; Meditaciones; libro VIII párrafo 59

domingo, octubre 19, 2008

El desierto de los tártaros de Dino Buzzati


El oficial Giovanni Drogo recién salido de la academia militar es destinado a la inhóspita fortaleza Bastiani, alejada de la civilización y sólo rodeada de ásperas montañas; sin embargo domina la visión de un desierto sobre el que pesa la amenaza, siempre inminente, de los tártaros. Los extraños ritos, costumbres y sueños de unos hombres exiliados de la vida común encadenan al joven oficial poco a poco y la esperanza de una batalla que nunca llega va llenando la vida de Drogo junto con monotonías acumuladas durante años de vida marcial.

Al leer esta obra maestra me pregunté como ha sido posible ignorar esta novela durante tanto tiempo; existen obras maestras siempre a la espera de cualquier lector, que ha oído hablar de ellas y posterga su lectura de año en año pero encontrar joyas clásicas desconocidas como “El desierto de los tártaros” de Dino Buzzati (1906-1972) es un placer que me recuerda a mis primeros años de lector en donde sin saber a lo que me enfrentaba descubría a Borges o a Márquez.

La obra de Buzzati tiene un ritmo lento pero es el ritmo preciso para la acción que narra: una vida desperdiciada, un joven que deja ir la vida, el tiempo de cada día como se deja ir el agua por el desagüe de la ducha, sin mostrar condescendencia ni cuidado. Frente a interpretaciones más profundas mi visión de la novela es la que he dicho: una narración de una vida perdida. La fortaleza con su mecánica precisa y sus sueños baldíos van atrapando a Drogo pero ¿acaso no hemos quedado atrapados nosotros también entre esperanzas muertas y seguridades paralizantes? El trabajo de toda la vida, la mujer que amaremos hasta la muerte, la ideología de la que ya no dudamos... ¿no forman aquí y ahora las fortalezas Bastianis en que nos hemos atrapado nosotros mismos?

Al iniciar la novela uno ya sabe que Drogo será seducido por el canto de sirena del fuerte, es obvio, y esa obviedad no puede dejar de producir angustia en el lector que quería avisar al oficial, que quería decirle que queda mucha vida por vivir y que merece la pena vivirla lejos de la seguridad que domará nuestra alma... pero ¿es a Drogo a quien queremos advertir o es a nosotros mismos?

Fuertemente influenciado por Kafka Buzzati narra también la degradación de las relaciones humanas cuando el orden riguroso, la jerarquía y la frialdad sustituyen las relaciones espontáneas de los hombres entre sí. La rígida vida en la fortaleza convierte a los hombres en engranajes ordenados de un todo cuyo fin se nos escapa, la racionalidad que impera en la fortaleza al carecer de un fin definido se torna irracionalidad... quizás sea también una correcta metáfora de la degeneración de las relaciones humanas en la sociedad tecnológica burocratizada. Pego aquí un fragmento de la obra que muestra con la parquedad de palabras propia del autor esta subordinación deshumanizante de lo humano a lo normativo.

"Un centinela montaba guardia precisamente sobre la puerta de entrada. En la penumbra vio dos figuras negras que se adelantaban por la grava. Estarían a unos doscientos metros. No hizo mucho caso, pensó que sufría una alucinación; muchas veces, en los lugares desiertos, tras estar mucho tiempo a la espera, se acaba descubriendo, incluso en pleno día, perfiles humanos que se deslizan entre las matas y las rocas, se tiene la impresión de que alguien nos está espiando, y después se va a ver que no hay nadie.

El centinela, para distraerse, miró a su alrededor, hizo, un ademán de saludo a un compañero, de centinela a unos treinta metros más a la derecha, se ajustó el pesado gorro que le apretaba en la frente, después volvió los ojos a la izquierda y vio al sargento primero Tronk, inmóvil, que lo miraba severamente.

El centinela se recobró, miró ante sí, vio que las dos sombras no eran un sueño, ya seencontraban próximas, estarían apenas a unos sesenta metros: un soldado y un caballo,concretamente. Entonces embrazó el fusil, preparó el gatillo para disparar, se atiesó en el gesto repetido cientos de veces en la instrucción. Después gritó:

—¿Quién va? ¿Quién va?


Lazzari era soldado desde hacía poco tiempo, ni remotamente pensaba en que sin la contraseña no habría podido volver. A lo sumo temía un castigo por haberse alejado sin permiso; aunque, quién sabe, quizá el coronel le perdonase por obra del caballo recuperado: era un animal bellísimo, un caballo de general.


Sólo faltaban unos cuarenta metros. Las herraduras del cuadrúpedo resonaban en las piedras, era casi noche cerrada, se oyó un lejano sonido de corneta.

—¿Quién va? ¿Quién va? —repitió el centinela. Una vez más, y después tendría que disparar.


Un repentino malestar había asaltado a Lazzari ante la primera llamada del centinela. Le parecía muy raro, ahora que se encontraba personalmente metido, oírse interpelar de ese modo por un compañero, pero se tranquilizó con el segundo «¿quién va?», porque reconoció la voz de un amigo, precisamente de su misma compañía, a quien llamaban en confianza el Moreno.

—¡Soy yo, Lazzari! —gritó—. ¡Manda al jefe del piquete que me abra! ¡He cogido el caballo! Y que no se den cuenta, ¡porque me meten un puro!

El centinela no se movió. Con el fusil embrazado, estaba inmóvil, tratando de retrasar lo más posible el tercer «¿quién va?» Quizá Lazzari se daría cuenta por sí solo del peligro, retrocedería, quizá podría sumarse al día siguiente a la guardia del Reducto Nuevo. Pero Tronk, a pocos metros, lo miraba severamente.
Tronk no decía ni una palabra. Ora miraba al centinela, ora a Lazzari, por culpa del cual probablemente le castigarían. ¿Qué significaban sus miradas? El soldado y el caballo ya no distaban más de treinta metros; esperar aún habría sido imprudente. Cuanto más se acercaba Lazzari, más fácil sería acertarle.

—¿Quién va? ¿Quién va? —gritó por tercera vez el centinela.

Y en su voz subyacía como una advertencia privada y antirreglamentaria. Quería decir: «Retrocede mientras estás a tiempo. ¿Quieres que te maten?» Y finalmente Lazzari comprendió, recordó como en un relámpago las duras leyes de la Fortaleza, se sintió perdido. Pero en lugar de huir, quién sabe por qué, soltó las riendas del caballo y se adelantó solo, invocando con voz aguda:

—¡Soy yo, Lazzari! ¿No me ves? ¡Moreno, eh, Moreno! ¡Soy yo! Pero ¿qué haces con el fusil? ¿Estás loco, Moreno?


Pero el centinela ya no era el Moreno, era simplemente un soldado de cara adusta que ahora alzaba lentamente el fusil, apuntando a su amigo. Había apoyado el arma en el hombro y con el rabillo del ojo echó un vistazo al sargento primero, invocando silenciosamente un gesto de que lo dejara. Pero Tronk seguía inmóvil y lo miraba severamente.

Lazzari, sin volverse, retrocedió unos pasos tropezando con las piedras.

—¡Soy yo, Lazzari! —gritaba—. ¿No ves que soy yo? ¡No dispares, Moreno!

Pero el centinela ya no era el Moreno, con quien todos sus camaradas bromeaban libremente, era sólo un centinela de la Fortaleza, con uniforme de paño azul oscuro con banderola de cuero, absolutamente idéntico a todos los demás de la noche, un centinela cualquiera que había apuntado y ahora apretaba el gatillo. Sentía en los oídos un estruendo y le pareció oír la voz ronca de Tronk: «¡Apunta bien!», aunque Tronk no había resollado.

El fusil lanzó un pequeño relámpago, una minúscula nubécula de humo, incluso el disparo no pareció gran cosa en el primer momento, pero después fue multiplicado por los ecos, rebotó de muralla en muralla, se quedó mucho tiempo en el aire, muriendo en un lejano murmullo como de trueno.

Ahora que había cumplido con su deber, el centinela dejó el fusil en el suelo, se asomó por el parapeto, miró hacia abajo esperando no haber acertado. Y en la oscuridad le pareció, en efecto, que Lazzari no había caído.

No, Lazzari estaba aún de pie, y el caballo se le había acercado. Después, en el silencio dejado por el disparo, se oyó su voz, y con qué desesperado sonido:

—¡Oh, Moreno! ¡Me has matado!

Eso dijo Lazzari, y se dobló lentamente hacia adelante. Tronk, con rostro impenetrable, aún no se había movido, mientras una confusión bélica se propagaba por los meandros de la Fortaleza.”

Dino Buzzati; El desierto de los tártaros; Alianza Editorial 2007, pp. 103-107

Sé feliz

jueves, octubre 16, 2008

La perfección moral

La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías.

Marco Aurelio; Meditaciones; lib. VII párrafo 69

domingo, octubre 05, 2008

La fabricación de la locura (y ii): el canibalismo existencial

“El principio vital para el animal predador que habita en la selva es: matar o ser muerto. Para el predador humano que habita en la sociedad, este principio es: estigmatizar o ser estigmatizado”

Thomas Szasz; La fabricación de la locura; Kairós 2005, p. 278

link a la continuación del artículo...

jueves, octubre 02, 2008

Todas las cosas se hallan entrelazadas

Todas las cosas se hallan entrelazadas entre sí y su común vínculo es sagrado y casi ninguna es extraña a la otra, porque todas están coordinadas y contribuyen al orden del mismo mundo. Que uno es el mundo, compuesto de todas las cosas; uno el dios que se extiende a través de todas ellas, única la sustancia, única la ley, una sola la razón común de todos los seres inteligentes, una también la verdad, porque también una es la perfección de los seres del mismo género y de los seres que participan de la misma razón.

Marco Aurelio; Meditaciones; lib. VII párrafo 9