Sobre lo bello
En esta tercera parte de su obra " De lo sublime y de lo bello" trata Burke del sentimiento de lo bello. Por belleza va a entender el autor "aquella cualidad o aquellas cualidades de los cuerpos, por las que éstos causan amor o alguna pasión parecida a él." En este punto subraya Burke la necesidad de distinguir el amor de esos otros deseos de lascivia o afán de lucro que nos llevan a desear los objetos por otras cualidades diferentes a la belleza.
Habiendo definido los conceptos básicos Burke hace un planteamiento acerca de lo bello bastante novedoso en la estética occidental. Se pregunta nuestro autor si la belleza está asociada necesariamente a la proporción o, dicho en otras palabras, si la proporción es condición sine qua non para que un objeto sea bello. En contra de la tradición platónica occidental Burke se decantará por una respuesta negativa y no sólo eso sino que llegará a decir que "el método y la exactitud [...] resultan más bien perjudiciales que beneficiosos para la causa de la belleza". Y son dos argumentos, fundamentalmente, los que esgrime el filósofo irlandés para hacer esta afirmación: en primer lugar, podemos encontrar a hombres perfectamente proporcionados que no resultan bellos y, al mismo tiempo, las flores, árboles y animales que consideramos bellos no son necesariamente proporcionados (pensemos en la cola desproporcionada del pavo real o en lo disarmonioso de la colocación de las flores en un seto natural). En segundo lugar, la proporción puede generar hastío y repetición y no hay nada más lejano a la belleza que estos sentimientos: " la belleza está lejos de pertenecer a la idea de costumbre, porque, en realidad, lo que nos afecta es extremadamente raro e inacostumbrado. Lo bello nos impresiona tanto por su novedad como por lo deforme".
La proporción no es lo fundamental en la belleza pero, admite Burke, puede aparecer en un objeto bello aunque debemos considerar que no es la medida, sino la manera general del objeto y la manera particular de esa medida las que crean toda la belleza de la forma.
Otro concepto clásico acerca de la belleza que Burke se propone desmontar es que lo bello nos resulta bello por su utilidad. Para el autor esto no es así y de hecho ocurre como con la proporción: puede ser que un objeto útil nos parezca bello pero no es por la utilidad por lo que nos parece bello sino por otros motivos. Se pregunta Burke si nos parece bella la nariz de un cerdo tan bien hecha para hollar la tierra o si nos resulta bella la azada del campesino; por el contrario ¿qué utilidad hay en una flor o en unas golondrinas? La utilidad, concluye Burke, genera aprobación y asentimiento del entendimiento pero no amor.
El último prejuicio que desbarata nuestro autor es que sostiene que la perfección es la causa de la belleza. Al igual que en los dos prejuicios anteriores (el de la proporción y el de la utilidad) la perfección puede ir asociada a la belleza pero no es una unión necesaria ni frecuente. La delicadeza y la fragilidad son los rasgos más comunes de la belleza como observamos en nuestros juicios estéticos sobre el género femenino en donde la languidez, el rubor y la blandura son los rasgos mayormente asociados a la belleza.
¿Pueden las cualidades de la mente ser bellas? Sí pero sólo si consideramos el término belleza analógicamente. Los rasgos mentales que muestran dulzura, fragilidad y nos incitan a la ternura y el amor se pueden denominar, analógicamente repito, bellos mientras que, aquellos rasgos asociados a la grandeza y al poder como la fortaleza, la firmeza o la justicia provocan una admiración temerosa que podríamos denominar sublime. Así los grandes hombres son admirados y los mediocres amados.
En cuanto a si podemos llamar bella a la virtud Burke reconoce que sería posible hacerlo de igual modo que se hace con las cualidades de la mente pero que esto no nos produciría más que confusiones entre los ámbitos de la estética y de la ética. (Confusión, digámoslo, también típicamente platónica).
Llegados a este punto y a modo de recopilación cabe preguntarse según Burke que si no es la utilidad ni la proporción ni la perfección lo que produce el sentimiento de lo bello ¿qué es? El autor responde que la belleza es alguna cualidad de los cuerpos que actúa mecánicamente sobre la mente humana mediante la intervención de los sentidos. Por lo tanto, debemos ocuparnos de cuales son estas cualidades sensibles que encontramos en los objetos bellos.
La primera cualidad es la pequeñez. Todo objeto bello aparece en términos absolutos o relativos como un objeto bello. Lo inabarcable y vasto están asociados, como vimos en un post anterior, al sentimiento de lo sublime por lo que son ajenos a la belleza. El adorno, la flor, el cachorrillo, etc. son objetos casi naturalmente bellos, de hecho el animal que al crecer nos va a parecer detestable, feo o indiferente cuando es un cachorro suele producir en nosotros esa ternura y ese amor que es síntoma de lo bello.
La segunda cualidad sensible que nuestro autor encuentra en lo bello es la lisura. Esta cualidad es incluso más esencial que la de la pequeñez llegando a decir Burke que no recuerda ningún objeto bello que no la posea. El plumaje de un ave, el cabello de un gato, un pétalo de una flor, un mar en calma o la hierba verde en un campo primaveral evocan esta cualidad de la lisura. De esto que cualquier aspereza, proyección repentina o ángulo cortante sean ajenas a la idea de lo bello en sumo grado. La cualidad de la lisura lleva asociada, lógicamente, la de la variación gradual frente a la variación brusca de los perfiles. Una paloma o el cuerpo de una mujer bella (los ejemplos son de Burke) presentan esa cualidad de variaciones graduales en sus ángulos.
Otro rasgo, independiente de los anteriores, que suele ir aparejado a la belleza es la delicadeza. El objeto bello aparece ante el espectador como un objeto delicado, los rasgos de fuerza y robustez son perjudiciales para la belleza. Burke pone como ejemplo a la naturaleza: olmos, fresnos o robles no nos mueven a la belleza sino más bien hacia la admiración; sin embargo, otro tipo de vegetales como la vid, el mirto, o el naranjo por su pequeño tamaño o su aparente fragilidad sí generan en nosotros ese sentimiento.
Mientras que los colores que apoyaban el sentimiento de lo sublime eran los colores obscuros y rotundos, los colores de la belleza son limpios y débiles como: verdes pálidos, azules claros, blancos débiles, rosas o violetas.
Tras dos escuetas secciones en las que se expone la fisonomía de la belleza el autor trata a la fealdad. Para Burke las cualidades de la fealdad son las contrarias a las cualidades de lo bello: si la belleza es lisa lo feo será áspero; si la belleza tiene ángulos sutiles la fealdad tendrá ángulos cortantes; y si, por ejemplo, la belleza posee colores suaves la fealdad los tendrá chillones y turbios. En lo único que no son contrarias la fealdad y la belleza es en la magnitud ya que lo feo aparece en objetos grandes y pequeños. Esto último hace decir a Burke que la fealdad es compatible con una idea de lo sublime aunque no identificable en sí misma; para que algo feo sea sublime debe estar unido a cualidades como las que excitan un fuerte terror.
Tras definir a la gracia como movimiento bello y a la elegancia Burke hace un análisis de lo bello en los sentidos. La lisura es no sólo una cualidad visual sino también táctil por lo que en este sentido el tacto puede ser un órgano adecuado para captar la belleza. Igualmente puede excitar la música el sentimiento de la belleza cuando está compuesta de sonidos claros, suaves y débiles; lógicamente y siguiendo todo lo expuesto anteriormente la música bella es contraria a transiciones rápidas de una medida o tono a otro.
En la sección final, la XXVII, E. Burke compara lo sublime y lo bello diciendo: "los objetos sublimes son de grandes dimensiones, y los bellos, comparativamente pequeños; la belleza debería ser lisa y pulida; lo grande, áspero y negligente; la belleza debería evitar la línea recta, aunque desviarse de ella imperceptiblemente; lo grande en muchos casos ama la línea recta, y cuando se desvía de ésta a menudo hace una fuerte desviación; la belleza no debería ser oscura; lo grande debería ser oscuro y opaco; la belleza debería ser ligera y delicada; lo grande debería ser sólido e incluso macizo. En efecto, son ideas de naturaleza muy diferente, ya que una se funda en el dolor, y la otra en el placer"
Habiendo definido los conceptos básicos Burke hace un planteamiento acerca de lo bello bastante novedoso en la estética occidental. Se pregunta nuestro autor si la belleza está asociada necesariamente a la proporción o, dicho en otras palabras, si la proporción es condición sine qua non para que un objeto sea bello. En contra de la tradición platónica occidental Burke se decantará por una respuesta negativa y no sólo eso sino que llegará a decir que "el método y la exactitud [...] resultan más bien perjudiciales que beneficiosos para la causa de la belleza". Y son dos argumentos, fundamentalmente, los que esgrime el filósofo irlandés para hacer esta afirmación: en primer lugar, podemos encontrar a hombres perfectamente proporcionados que no resultan bellos y, al mismo tiempo, las flores, árboles y animales que consideramos bellos no son necesariamente proporcionados (pensemos en la cola desproporcionada del pavo real o en lo disarmonioso de la colocación de las flores en un seto natural). En segundo lugar, la proporción puede generar hastío y repetición y no hay nada más lejano a la belleza que estos sentimientos: " la belleza está lejos de pertenecer a la idea de costumbre, porque, en realidad, lo que nos afecta es extremadamente raro e inacostumbrado. Lo bello nos impresiona tanto por su novedad como por lo deforme".
La proporción no es lo fundamental en la belleza pero, admite Burke, puede aparecer en un objeto bello aunque debemos considerar que no es la medida, sino la manera general del objeto y la manera particular de esa medida las que crean toda la belleza de la forma.
Otro concepto clásico acerca de la belleza que Burke se propone desmontar es que lo bello nos resulta bello por su utilidad. Para el autor esto no es así y de hecho ocurre como con la proporción: puede ser que un objeto útil nos parezca bello pero no es por la utilidad por lo que nos parece bello sino por otros motivos. Se pregunta Burke si nos parece bella la nariz de un cerdo tan bien hecha para hollar la tierra o si nos resulta bella la azada del campesino; por el contrario ¿qué utilidad hay en una flor o en unas golondrinas? La utilidad, concluye Burke, genera aprobación y asentimiento del entendimiento pero no amor.
El último prejuicio que desbarata nuestro autor es que sostiene que la perfección es la causa de la belleza. Al igual que en los dos prejuicios anteriores (el de la proporción y el de la utilidad) la perfección puede ir asociada a la belleza pero no es una unión necesaria ni frecuente. La delicadeza y la fragilidad son los rasgos más comunes de la belleza como observamos en nuestros juicios estéticos sobre el género femenino en donde la languidez, el rubor y la blandura son los rasgos mayormente asociados a la belleza.
¿Pueden las cualidades de la mente ser bellas? Sí pero sólo si consideramos el término belleza analógicamente. Los rasgos mentales que muestran dulzura, fragilidad y nos incitan a la ternura y el amor se pueden denominar, analógicamente repito, bellos mientras que, aquellos rasgos asociados a la grandeza y al poder como la fortaleza, la firmeza o la justicia provocan una admiración temerosa que podríamos denominar sublime. Así los grandes hombres son admirados y los mediocres amados.
En cuanto a si podemos llamar bella a la virtud Burke reconoce que sería posible hacerlo de igual modo que se hace con las cualidades de la mente pero que esto no nos produciría más que confusiones entre los ámbitos de la estética y de la ética. (Confusión, digámoslo, también típicamente platónica).
Llegados a este punto y a modo de recopilación cabe preguntarse según Burke que si no es la utilidad ni la proporción ni la perfección lo que produce el sentimiento de lo bello ¿qué es? El autor responde que la belleza es alguna cualidad de los cuerpos que actúa mecánicamente sobre la mente humana mediante la intervención de los sentidos. Por lo tanto, debemos ocuparnos de cuales son estas cualidades sensibles que encontramos en los objetos bellos.
La primera cualidad es la pequeñez. Todo objeto bello aparece en términos absolutos o relativos como un objeto bello. Lo inabarcable y vasto están asociados, como vimos en un post anterior, al sentimiento de lo sublime por lo que son ajenos a la belleza. El adorno, la flor, el cachorrillo, etc. son objetos casi naturalmente bellos, de hecho el animal que al crecer nos va a parecer detestable, feo o indiferente cuando es un cachorro suele producir en nosotros esa ternura y ese amor que es síntoma de lo bello.
La segunda cualidad sensible que nuestro autor encuentra en lo bello es la lisura. Esta cualidad es incluso más esencial que la de la pequeñez llegando a decir Burke que no recuerda ningún objeto bello que no la posea. El plumaje de un ave, el cabello de un gato, un pétalo de una flor, un mar en calma o la hierba verde en un campo primaveral evocan esta cualidad de la lisura. De esto que cualquier aspereza, proyección repentina o ángulo cortante sean ajenas a la idea de lo bello en sumo grado. La cualidad de la lisura lleva asociada, lógicamente, la de la variación gradual frente a la variación brusca de los perfiles. Una paloma o el cuerpo de una mujer bella (los ejemplos son de Burke) presentan esa cualidad de variaciones graduales en sus ángulos.
Otro rasgo, independiente de los anteriores, que suele ir aparejado a la belleza es la delicadeza. El objeto bello aparece ante el espectador como un objeto delicado, los rasgos de fuerza y robustez son perjudiciales para la belleza. Burke pone como ejemplo a la naturaleza: olmos, fresnos o robles no nos mueven a la belleza sino más bien hacia la admiración; sin embargo, otro tipo de vegetales como la vid, el mirto, o el naranjo por su pequeño tamaño o su aparente fragilidad sí generan en nosotros ese sentimiento.
Mientras que los colores que apoyaban el sentimiento de lo sublime eran los colores obscuros y rotundos, los colores de la belleza son limpios y débiles como: verdes pálidos, azules claros, blancos débiles, rosas o violetas.
Tras dos escuetas secciones en las que se expone la fisonomía de la belleza el autor trata a la fealdad. Para Burke las cualidades de la fealdad son las contrarias a las cualidades de lo bello: si la belleza es lisa lo feo será áspero; si la belleza tiene ángulos sutiles la fealdad tendrá ángulos cortantes; y si, por ejemplo, la belleza posee colores suaves la fealdad los tendrá chillones y turbios. En lo único que no son contrarias la fealdad y la belleza es en la magnitud ya que lo feo aparece en objetos grandes y pequeños. Esto último hace decir a Burke que la fealdad es compatible con una idea de lo sublime aunque no identificable en sí misma; para que algo feo sea sublime debe estar unido a cualidades como las que excitan un fuerte terror.
Tras definir a la gracia como movimiento bello y a la elegancia Burke hace un análisis de lo bello en los sentidos. La lisura es no sólo una cualidad visual sino también táctil por lo que en este sentido el tacto puede ser un órgano adecuado para captar la belleza. Igualmente puede excitar la música el sentimiento de la belleza cuando está compuesta de sonidos claros, suaves y débiles; lógicamente y siguiendo todo lo expuesto anteriormente la música bella es contraria a transiciones rápidas de una medida o tono a otro.
En la sección final, la XXVII, E. Burke compara lo sublime y lo bello diciendo: "los objetos sublimes son de grandes dimensiones, y los bellos, comparativamente pequeños; la belleza debería ser lisa y pulida; lo grande, áspero y negligente; la belleza debería evitar la línea recta, aunque desviarse de ella imperceptiblemente; lo grande en muchos casos ama la línea recta, y cuando se desvía de ésta a menudo hace una fuerte desviación; la belleza no debería ser oscura; lo grande debería ser oscuro y opaco; la belleza debería ser ligera y delicada; lo grande debería ser sólido e incluso macizo. En efecto, son ideas de naturaleza muy diferente, ya que una se funda en el dolor, y la otra en el placer"
Sé feliz
Índice de trabajos sobre el libro de E. Burke "De lo sublime y de lo bello"