Apuntes sobre el estoicismo
Para los estoicos, como para Epicuro, la filosofía de la naturaleza, la teología y la antropología debían de servir para unos preceptos éticos y políticos determinados; la ética, para la mayoría de los filósofos helenísticos, era la cúspide del sistema de la filosofía.
Según el estoicismo antiguo el hombre está compuesto de tres realidades: cuerpo, aliento vital y espíritu. El cuerpo es la realidad material y evidente. Miembros, órganos, fluidos etc. El cuerpo es el cascarón que recubre y transporta a los otros dos elementos, más importantes del hombre. Para el estoicismo las perturbaciones del cuerpo son las que provocan las sensaciones de dolor y placer.
El hombre debe preservar y cuidar a su cuerpo; las perturbaciones, en lo posible, deben evitarse y, sobre todo, si el cuerpo es perturbado esto no debe afectar al espíritu. El sabio estoico no persigue el placer ni huye del dolor sino que afronta estas perturbaciones tal y como vengan. La razón de esto es que buscar el placer genera dolor cuando surge la carencia de lo que producía placer; o inestabilidad del ánimo por perseguir el placer que se anhela. El dolor no debe rehuirse pues es connatural al destino del hombre y a veces no sólo es connatural a su destino sino que a veces sufrir el dolor es una obligación moral, por ejemplo, afrontar el dolor de una tortura antes que delatar a un amigo ante un tirano.
Para el estoico, podemos decir, aferrarse al cuerpo (buscando el placer y huyendo al dolor) es aferrarse a una cosa que se derrumba carcomida. Lo corporal no es la esencia del hombre ya que no serías menos tú mismo si te amputaran un brazo. Ser esclavo de lo inesencial es ser esclavo de fantasmas y de sombras; es impropio de un hombre sabio el aferrarse a lo que es efímero, perecedero y ajeno a nuestra esencia.
La segunda parte que conforma la realidad que llamamos hombre es el "aliento vital". El "aliento vital" es algo no sólo propio del hombre sino que, de un modo u otro, todos los seres vivos poseen ese "ímpetu" que le lleva a ser seres vivos en vez de seres inertes. Con este aliento vital, el hombre tiene ciertas obligaciones como intentar mantenerlo en lo posible. No obstante el verdadero compromiso lo tiene el hombre con el tercer elemento que le constituye: el espíritu o "guía interior".
El espíritu es la porción de la divinidad que a cada uno nos ha tocado en suerte. Es de naturaleza racional y sociable. Este guía interior pertenece al hombre como ser racional y es ajeno a los animales, vegetales o seres inertes. Para entender este concepto es necesario explicar, aunque sea someramente, la filosofía natural y la teología estoica.
El estoicismo fue un movimiento filosófico panteísta. El panteísmo plantea que Dios no es trascendente a la Naturaleza sino inmanente a ella. En otras palabras: Dios y la Naturaleza son caras de una misma moneda o, en ocasiones, realidades idénticas. Frente a la visión trascendentalista de muchas religiones el panteísmo sostiene que no hay nada más allá del cosmos y que, por lo tanto, Dios no puede ser diferente al Universo mismo.
El orden natural es el orden divino. Las leyes de la naturaleza, la belleza y orden del mundo muestran la presencia de Dios en el cosmos. Los aparentes desórdenes (epidemias, cataclismos, guerras etc.) tienen sólo un carácter superficial ya que tras ese aparente sin sentido está el designio de Dios que se conoce como destino. El Dios estoico, hay que subrayarlo, no es un Dios personalista que quiera, odie, ame, conceda favores etc. sino que Dios es sencillamente, como se dijo ya, el orden del mundo.
El espíritu o como también lo llaman algunos estoicos "el dios que tenemos dentro" es la parte de este orden total que poseemos dentro de nosotros. En el hombre Dios ha adquirido la conciencia. Este "guía interior" es social ya que el Orden es un orden total del todo y sus partes, por esto el hombre tiende a la organización social: tiende a la universalidad, a la totalidad. Por otro lado, el espíritu es racional ya que representa una porción del Todo ordenado.
Este espíritu racional y social es, lógicamente, la parte más noble y esencial del hombre. Como individualidad muere al morir el sujeto pero, como es parte del conjunto universal, cuando el hombre muere como cuerpo y aliento vital se disuelve, el espíritu se reintegra en la unidad de Dios-Naturaleza como una gota de agua que se confunde en el mar: deja de existir como elemento diferenciado pero no desapareciendo en la Nada sino reintegrándose en el conjunto del Todo.
Estas consideraciones acerca del hombre y del mundo tienen unas implicaciones éticas concretas que vamos a ver a continuación:
* La aceptación del destino:
Todo lo que nos ocurre depende de la Naturaleza-Dios. La muerte es inevitable y estamos destinados a ella pero, igualmente, la vida, la fama, la riqueza, la pobreza, el dolor o la alegría forman parte de nuestro destino. Nada ocurre fuera de la Naturaleza luego, nada ocurre fuera de los designios de las leyes del Universo. Todo tiene un sentido y una razón.
Los estoicos usaban el símil de un perro amarrado a una carroza, cuando la carroza anda el perro debe ir detrás de ella pero lo puede hacer de dos modos: aceptándolo y siguiéndola al trote o sin aceptarlo y siendo arrastrado por el pescuezo.
Una vez aceptado el destino el hombre se conforma a él y es feliz. La primera y más importante aceptación es la de nuestra fugacidad y fragilidad: la vida es efímera, comparándonos con los millones de años que tiene el Universo no somos más que un destello en una obscuridad infinita; asumir esto es asumir nuestra fugacidad. Por otro lado, cualquier momento puede ser el último y nada ni nadie puede garantizarnos que al instante siguiente no vayamos a estar muertos; asumir esto es asumir nuestra fragilidad. Quien niega su fugacidad se cree eterno, quien niega su fragilidad se cree invulnerable. Quien se cree eterno e invulnerable se engaña y el engaño conlleva sufrimiento. Para evitar este sufrimiento debemos aceptar nuestro destino inapelable: la muerte y el olvido.
* El desapego al mundo
De la aceptación estoica del destino se sigue el desapego al mundo. El Universo se nos muestra como un continuo fluir de elementos. Felicidad y dolor, vida y muerte, creación y destrucción etc. aparecen unidos de manera constante en el mundo material que conocemos. Aferrarse a estas realidades transitorias es como querer permanecer en una casa en llamas; en ella, como en el mundo, nada es estable ni permanente. Aferrarse a lo impermanente como si fuera permanente solo puede producir sufrimiento.
Esta impermanencia, no obstante está sustentada en la permanente: la Naturaleza-Dios. Nuestro espíritu forma parte de esa ley universal, de esa Naturaleza-Dios pero, en el momento de nuestra muerte todas las experiencias individuales desaparecen para siempre y quedamos unidos y confundidos en y con Dios.
Los bienes materiales, la fama, incluso la salud son cosas transitorias. La felicidad y el dolor son estados de nuestra mente y de nuestro juicio, si elevamos nuestro juicio hacia lo permanente estaremos en lo esencial más allá de esas dos opiniones que son: "soy feliz" y "soy desgraciado".
Frente a las cosas materiales (riqueza, salud, belleza...) y a los estados de nuestra mente (alegría, tristeza, envidia...) que son transitorios nuestro guía interior, nuestra razón aparece como eterna. En esa ciudadela que es lo más elevado de nosotros mismos debemos retirarnos a través del desapego al mundo.
* Vivir conforme la razón:
Como los rasgos del espíritu más importantes son su carácter social y racional y dado que debemos vivir conforme este espíritu el hombre bueno tendrá, para los estoicos, dos rasgos esenciales: será racional y social.
Que el hombre sabio es un hombre racional significa que la mesura, la imperturbabilidad y la tranquilidad deben ser las características más acusadas de su carácter. El hombre que vive en la virtud tendrá un carácter ecuánime y justo en todas las circunstancias. Actuará en público como en privado no dando cabida, ni siquiera en la soledad de sus pensamientos, a reflexiones desmedidas, apasionadas o de las que se deba avergonzar. La máxima dicha para el hombre es este estado de comunión con el Universo en el que se comprende el sentido profundo de todo.
Que el hombre sabio es un hombre sociable significa que, en contra de lo que decían los epicúreos, debe implicarse en la vida ciudadana. Por otro lado, el estoico se siente miembro de una comunidad social que va más allá de su ciudad o provincia: el estoico es un cosmopolitas (literalmente "ciudadano del cosmos") ya que el espíritu es propio de todos los hombres, todos los hombres poseen la misma dignidad; el hombre sabio mirará con compasión a todos los habitantes del mundo, sintiéndose parte de esa comunidad que va más allá de las fronteras de su patria. Esta pertenencia a la comunidad de todos los hombres también alimenta en el hombre bueno la tranquilidad de ánimo que es, como ya se dijo, la más alta meta para cualquier hombre según los estoicos.
Fragmentos de las Meditaciones de Marco Aurelio
Según el estoicismo antiguo el hombre está compuesto de tres realidades: cuerpo, aliento vital y espíritu. El cuerpo es la realidad material y evidente. Miembros, órganos, fluidos etc. El cuerpo es el cascarón que recubre y transporta a los otros dos elementos, más importantes del hombre. Para el estoicismo las perturbaciones del cuerpo son las que provocan las sensaciones de dolor y placer.
El hombre debe preservar y cuidar a su cuerpo; las perturbaciones, en lo posible, deben evitarse y, sobre todo, si el cuerpo es perturbado esto no debe afectar al espíritu. El sabio estoico no persigue el placer ni huye del dolor sino que afronta estas perturbaciones tal y como vengan. La razón de esto es que buscar el placer genera dolor cuando surge la carencia de lo que producía placer; o inestabilidad del ánimo por perseguir el placer que se anhela. El dolor no debe rehuirse pues es connatural al destino del hombre y a veces no sólo es connatural a su destino sino que a veces sufrir el dolor es una obligación moral, por ejemplo, afrontar el dolor de una tortura antes que delatar a un amigo ante un tirano.
Para el estoico, podemos decir, aferrarse al cuerpo (buscando el placer y huyendo al dolor) es aferrarse a una cosa que se derrumba carcomida. Lo corporal no es la esencia del hombre ya que no serías menos tú mismo si te amputaran un brazo. Ser esclavo de lo inesencial es ser esclavo de fantasmas y de sombras; es impropio de un hombre sabio el aferrarse a lo que es efímero, perecedero y ajeno a nuestra esencia.
La segunda parte que conforma la realidad que llamamos hombre es el "aliento vital". El "aliento vital" es algo no sólo propio del hombre sino que, de un modo u otro, todos los seres vivos poseen ese "ímpetu" que le lleva a ser seres vivos en vez de seres inertes. Con este aliento vital, el hombre tiene ciertas obligaciones como intentar mantenerlo en lo posible. No obstante el verdadero compromiso lo tiene el hombre con el tercer elemento que le constituye: el espíritu o "guía interior".
El espíritu es la porción de la divinidad que a cada uno nos ha tocado en suerte. Es de naturaleza racional y sociable. Este guía interior pertenece al hombre como ser racional y es ajeno a los animales, vegetales o seres inertes. Para entender este concepto es necesario explicar, aunque sea someramente, la filosofía natural y la teología estoica.
El estoicismo fue un movimiento filosófico panteísta. El panteísmo plantea que Dios no es trascendente a la Naturaleza sino inmanente a ella. En otras palabras: Dios y la Naturaleza son caras de una misma moneda o, en ocasiones, realidades idénticas. Frente a la visión trascendentalista de muchas religiones el panteísmo sostiene que no hay nada más allá del cosmos y que, por lo tanto, Dios no puede ser diferente al Universo mismo.
El orden natural es el orden divino. Las leyes de la naturaleza, la belleza y orden del mundo muestran la presencia de Dios en el cosmos. Los aparentes desórdenes (epidemias, cataclismos, guerras etc.) tienen sólo un carácter superficial ya que tras ese aparente sin sentido está el designio de Dios que se conoce como destino. El Dios estoico, hay que subrayarlo, no es un Dios personalista que quiera, odie, ame, conceda favores etc. sino que Dios es sencillamente, como se dijo ya, el orden del mundo.
El espíritu o como también lo llaman algunos estoicos "el dios que tenemos dentro" es la parte de este orden total que poseemos dentro de nosotros. En el hombre Dios ha adquirido la conciencia. Este "guía interior" es social ya que el Orden es un orden total del todo y sus partes, por esto el hombre tiende a la organización social: tiende a la universalidad, a la totalidad. Por otro lado, el espíritu es racional ya que representa una porción del Todo ordenado.
Este espíritu racional y social es, lógicamente, la parte más noble y esencial del hombre. Como individualidad muere al morir el sujeto pero, como es parte del conjunto universal, cuando el hombre muere como cuerpo y aliento vital se disuelve, el espíritu se reintegra en la unidad de Dios-Naturaleza como una gota de agua que se confunde en el mar: deja de existir como elemento diferenciado pero no desapareciendo en la Nada sino reintegrándose en el conjunto del Todo.
Estas consideraciones acerca del hombre y del mundo tienen unas implicaciones éticas concretas que vamos a ver a continuación:
* La aceptación del destino:
Todo lo que nos ocurre depende de la Naturaleza-Dios. La muerte es inevitable y estamos destinados a ella pero, igualmente, la vida, la fama, la riqueza, la pobreza, el dolor o la alegría forman parte de nuestro destino. Nada ocurre fuera de la Naturaleza luego, nada ocurre fuera de los designios de las leyes del Universo. Todo tiene un sentido y una razón.
Los estoicos usaban el símil de un perro amarrado a una carroza, cuando la carroza anda el perro debe ir detrás de ella pero lo puede hacer de dos modos: aceptándolo y siguiéndola al trote o sin aceptarlo y siendo arrastrado por el pescuezo.
Una vez aceptado el destino el hombre se conforma a él y es feliz. La primera y más importante aceptación es la de nuestra fugacidad y fragilidad: la vida es efímera, comparándonos con los millones de años que tiene el Universo no somos más que un destello en una obscuridad infinita; asumir esto es asumir nuestra fugacidad. Por otro lado, cualquier momento puede ser el último y nada ni nadie puede garantizarnos que al instante siguiente no vayamos a estar muertos; asumir esto es asumir nuestra fragilidad. Quien niega su fugacidad se cree eterno, quien niega su fragilidad se cree invulnerable. Quien se cree eterno e invulnerable se engaña y el engaño conlleva sufrimiento. Para evitar este sufrimiento debemos aceptar nuestro destino inapelable: la muerte y el olvido.
* El desapego al mundo
De la aceptación estoica del destino se sigue el desapego al mundo. El Universo se nos muestra como un continuo fluir de elementos. Felicidad y dolor, vida y muerte, creación y destrucción etc. aparecen unidos de manera constante en el mundo material que conocemos. Aferrarse a estas realidades transitorias es como querer permanecer en una casa en llamas; en ella, como en el mundo, nada es estable ni permanente. Aferrarse a lo impermanente como si fuera permanente solo puede producir sufrimiento.
Esta impermanencia, no obstante está sustentada en la permanente: la Naturaleza-Dios. Nuestro espíritu forma parte de esa ley universal, de esa Naturaleza-Dios pero, en el momento de nuestra muerte todas las experiencias individuales desaparecen para siempre y quedamos unidos y confundidos en y con Dios.
Los bienes materiales, la fama, incluso la salud son cosas transitorias. La felicidad y el dolor son estados de nuestra mente y de nuestro juicio, si elevamos nuestro juicio hacia lo permanente estaremos en lo esencial más allá de esas dos opiniones que son: "soy feliz" y "soy desgraciado".
Frente a las cosas materiales (riqueza, salud, belleza...) y a los estados de nuestra mente (alegría, tristeza, envidia...) que son transitorios nuestro guía interior, nuestra razón aparece como eterna. En esa ciudadela que es lo más elevado de nosotros mismos debemos retirarnos a través del desapego al mundo.
* Vivir conforme la razón:
Como los rasgos del espíritu más importantes son su carácter social y racional y dado que debemos vivir conforme este espíritu el hombre bueno tendrá, para los estoicos, dos rasgos esenciales: será racional y social.
Que el hombre sabio es un hombre racional significa que la mesura, la imperturbabilidad y la tranquilidad deben ser las características más acusadas de su carácter. El hombre que vive en la virtud tendrá un carácter ecuánime y justo en todas las circunstancias. Actuará en público como en privado no dando cabida, ni siquiera en la soledad de sus pensamientos, a reflexiones desmedidas, apasionadas o de las que se deba avergonzar. La máxima dicha para el hombre es este estado de comunión con el Universo en el que se comprende el sentido profundo de todo.
Que el hombre sabio es un hombre sociable significa que, en contra de lo que decían los epicúreos, debe implicarse en la vida ciudadana. Por otro lado, el estoico se siente miembro de una comunidad social que va más allá de su ciudad o provincia: el estoico es un cosmopolitas (literalmente "ciudadano del cosmos") ya que el espíritu es propio de todos los hombres, todos los hombres poseen la misma dignidad; el hombre sabio mirará con compasión a todos los habitantes del mundo, sintiéndose parte de esa comunidad que va más allá de las fronteras de su patria. Esta pertenencia a la comunidad de todos los hombres también alimenta en el hombre bueno la tranquilidad de ánimo que es, como ya se dijo, la más alta meta para cualquier hombre según los estoicos.
Sé feliz
Fragmentos de las Meditaciones de Marco Aurelio