Los pollos, el joven y Nasrudín
Casi nadie podía comprender a Nasrudín, pues unas veces convertía sus derrotas en victorias y otras veces las cosas parecían frustrase a causa de su torpeza. Pero se murmuraba que vivía en un mundo diferente al de los demás. Así un día un joven decidió observarlo y averiguar de qué modo se las arreglaba para sobrevivir y si había algo que pudiera aprender de él.
Siguió a Nasrudín hasta la orilla de un río y lo vio sentarse bajo un árbol. De pronto el Mulá extendió su mano y sobre ella apareció un pastel que se comió. Esto lo repitió tres veces. Después extendió su mano una vez más y apareció una copa de la cual bebió un buen trago.
El joven sin poder contenerse, corrió hasta Nasrudín y lo sacudió:
- Dígame como hace estas cosas maravillosas y haré lo que usted me pida.
- Está bien- dijo Nasrudín-, pero antes debes alcanzar el estado espiritual apropiado. Entonces verás que el tiempo y el espacio nada significan y podrás lograr que el chambelán del sultán te dé postres. Hay una sola condición.
- ¡La acepto! – exclamó el joven.
- Deberás seguir mi senda.
- Hábleme de ella.
- Sólo puedo decirte una cosa por vez. ¿Quieres el ejercicio fácil o el difícil?
- ¡Tomaré el difícil!
- Este es tu primer error. Debes comenzar con el fácil. Pero ahora ya has elegido. El difícil es éste: Haz en tu cerca un agujero lo bastante grande como para que tus pollos puedan pasar a comer al jardín de tu vecino. Pero también deberá ser apropiadamente pequeño como para que los pollos de tu vecino no puedan entrar a alimentarse en el tuyo.
El joven nunca logró desentrañar este dilema y, por lo tanto, nunca pudo convertirse en discípulo de Nasrudín. Pero cuando hablaba de la tarea que le había encomendado el Mulá, los oyentes pensaban que el joven estaba loco. - Este es un buen comienzo – dijo Nasrudín-; algún día encontrarás un maestro.
Extraido de Idries Shah; Las ocurrencias del increible Mulá Nasrudín; Editorial Paidos